He hablado mucho con gente cercana acerca de la segunda juventud1, de lo que significa para mí, de lo que espero de ella y de los momentos en los que me encuentro. Si no has leído mucho sobre mí, te cuento que he sobrepasado ya los cincuenta años. Esa cifra que algunos miran con pesar, como quien alza los ojos y ve que el sol empieza a declinar. Dicen que a partir de los cincuenta comienza la cuenta atrás, como si la vida fuera un reloj de arena y ya estuviéramos en el tercio final. En pocos días cumpliré los 53. Y sin embargo, aquí estoy, con la sensación extraña —y a ratos deliciosa— de estar viviendo un principio.
No sé exactamente cómo empezó. O, espera, sí que lo sé, pero es que quiero ponerme un poco filosófico: tal vez fue un cambio en las rutinas, una conversación larga e inesperada, un sueño antiguo que regresó a tocarme en el hombro. Tal vez fue simplemente el tiempo, que al girar, como una rueda terca, me trajo de nuevo un aire parecido al que respiraba en mi juventud. Pero lo cierto es que me descubro, de pronto, haciendo cosas que creía ya pasadas. Sonriendo sin razón. Esperando un mensaje. Esperando una cita. Escuchando canciones antiguas como si fuesen nuevas. Y sintiendo, en todos los poros de mi piel, que algo está ocurriendo.
La segunda juventud, me digo, no es una repetición de la primera. No es volver atrás. Es más bien un eco, una resonancia. Como si ciertos sentimientos, ciertas formas de ver la vida, no hubieran desaparecido del todo, sino que estaban dormidas en algún rincón del alma, esperando que algo —o alguien— las despertara.
Y aquí es donde me detengo a pensar. A aplicar el pensamiento crítico. Es necesario ordenar las ideas, los sentimientos, jerarquizarlos, darles el contexto de aquello que te está sucediendo, que estás viviendo, porque ya lo decía Pepe Mújica (expresidente de Uruguay): «Hay que vivir como se piensa, porque de lo contrario acabarás pensando como vives.» No puede uno cerrarse en banda a vivir las experiencias que te propone la vida, porque de lo contrario acabarás viviendo de tus creencias, o acabarás pensando del modo en el que vives, y esto no es siempre lo mejor.
Y en esta dinámica, no puedo evitar preguntarme: ¿no será el amor el que llama a mi puerta?
Sí, el amor. Ese viejo conocido que uno cree haber entendido alguna vez, y que siempre, de un modo u otro, regresa con otra cara. Quizá no sea ya ese amor fogoso, arrollador, que todo lo quiere y todo lo consume. Tal vez ahora es más sereno, más hondo. Tal vez se manifiesta en forma de ternura, de complicidad, de una conversación que no quieres que termine. Tal vez el amor, ahora, tiene menos que ver con el vértigo y más con el asombro. Con contar tus secretos. Y sin embargo, sigue siendo amor.
Hay algo hermoso en enamorarse cuando uno ya ha vivido mucho. Porque no se ama desde la carencia, ni desde el afán de llenar un vacío, sino desde una plenitud que necesita compartirse. Uno ya ha sufrido, ya ha perdido, ya ha caído. Y sin embargo, a pesar de todo —o quizás por todo— se atreve a abrirse de nuevo. A decir «sí». A tender la mano. Me viene a la cabeza una cita de mi idolatrado Séneca que decía algo así como: «Lo importante no es cuán larga sea la vida, sino cuán plena.»
No digo que sea fácil. No lo es. Hay miedos. Hay miles de kilómetros de distancia. Hay dudas. Hay viejas heridas que todavía duelen. Y hay una voz dentro que dice: «¿Estás seguro? ¿No te harás daño otra vez?». Pero también hay otra voz, más suave, más valiente, que dice: «¿Y si sale bien? ¿Y si esta vez no se trata de perder, sino de ganar?».
El problema, muchas veces, no es que la vida no nos dé nuevas oportunidades, sino que nosotros no las reconocemos. Vamos por ahí con el escudo levantado, protegiéndonos del pasado, temiendo al futuro, y olvidamos que el presente —este presente que escapa segundo a segundo— nos está ofreciendo algo valioso. Una mirada. Una risa compartida. Una coincidencia inesperada. Un gesto que, si lo dejas entrar, puede cambiarte la vida.
Y es que el amor, cuando aparece en esta etapa de la vida, lo hace sin los disfraces de antes. Ya no hay tiempo para juegos. Ya no hay interés en fingir. Uno se muestra como es, con sus arrugas y sus cicatrices, con sus temores y sus ganas de reír. Y eso, curiosamente, lo vuelve todo más auténtico. Mucho más auténtico.
A veces pienso que esta segunda juventud es más verdadera que la primera. Porque no se trata de dejar pasar el tiempo, sino de habitarlo. De creer más en el Kairós2. De entender que el paso de los años no es una condena, sino un privilegio. Que estar vivos a esta edad, con la conciencia despierta y el corazón todavía dispuesto, es una forma de milagro.
Y si este milagro incluye el amor, entonces que venga. Que entre. Que se siente conmigo a tomar café. No me importa si dura poco o mucho. Me importa que sea real. Que no finja. Que no mienta. Que me haga sentir, otra vez, que la vida merece ser vivida.
¿Y si me caigo? ¿Y si me equivoco? Pues me caeré. Como me he caído otras veces. Y me levantaré, con las rodillas llenas de tierra pero el alma en pie. Porque, a estas alturas, ya uno ha aprendido que la caída no es el fin, sino parte del viaje. Y que los amores, incluso los que no se quedan, tienen algo que enseñarnos. Que siempre aprendemos de ellos.
Esta segunda juventud que vivo no me hace olvidar que tengo más años a la espalda. No me pone filtros. Pero sí me da luz. Me devuelve algo de esa ligereza que creí perdida. Me recuerda que todavía puedo empezar. Que todavía hay capítulos por escribir. Que todavía hay palabras que no he dicho y abrazos que no he dado.
Y si todo esto que siento no es amor, entonces se le parece mucho. Es una sensación que me hace caminar más ligero, una alegría callada, una certeza que no necesita pruebas. Una forma de decirle al mundo: «Todavía hay más habitaciones por explorar.»
Y aquí estoy, en efecto. Viviendo esta etapa con la extrañeza y el entusiasmo de quien se ha reencontrado consigo mismo. Con más preguntas que respuestas, con más ganas que certezas. Pero con los ojos abiertos. Con el corazón dispuesto a todo. Como un adolescente afrontando nuevos retos.
Porque quizá, al final, no se trata de entenderlo todo. Ni de tener garantías. Quizá se trata solo de sentir. De arriesgar. De vivir cosas bonitas. De volver a asombrarse.
Y si eso es amor, entonces sí. Que llame a mi puerta.
Que sigas bien.
Gracias por leer hasta el final.
Gracias por estar. 💜
Que estas palabras te hayan acompañado, aunque sea un ratito.
Con afecto,
Jaime.
📚 Quizás también te guste leer:
Sentio ergo sum – El «sentir» como certeza.
El misterio del tiempo – Aprender el arte de habitarlo.
La paradoja del barco de Teseo – Sobre el dilema de la identidad personal.
🌟 Pequeños gestos con gran eco:
❤️ ¿Te ha resonado esta carta? Dale al corazón. Es una forma de diálogo.
☀️ ¿Te interesa el vivir consciente? → [Archivo de reflexiones].
📂 ¿Quieres ver más? → [Archivo completo].
Nota de autor:
Escribo para entender, no para explicar. La escritura es mi forma de pensar en voz baja.
La Segunda Juventud no tiene una definición universalmente aceptada, pero se refiere a un período en la vida de una persona que ocurre después de la madurez y a menudo se asocia con una sensación renovada de vitalidad, energía y entusiasmo.
Kairós es una palabra de origen griego que significa "momento oportuno" o "tiempo de Dios". Se usa para referirse a un lapso de tiempo indeterminado en el que sucede algo importante.
¡PERO QUÉ PRECIOSURA! 😍😍😍😍😍😍 ¡VIVAN LA PRIMAVERA, LAS FLORES Y LA POESÍA! ¡Y que viva el amor!
Me alegro tanto, tanto. En este mundo de locos, donde todo es miedo, oscuridad, gris, incertidumbre... esta ilusión que sientes es un rayo de luz.
Me da mucha esperanza, Jaime. ¿No es curioso que conforme nos vamos despojando de esas capas que nos hacen tanto daño, vamos abriendo el camino a oportunidades que ni imaginábamos? ¿Que al hacer las cosas de otro modo, desde quienes somos, desde nuestra verdad, empezamos a encontrar respuestas?
🥂Brindemos en tu cumpleaños por nunca dejar de sorprendernos por la vida, ¡ que a los 53 eres muy joven aún, hombre! ¡Abrise al amor, qué autoregalo!👏🏼
Amar de nuevo requiere mucha valentía... y creo que cada vez más, según se nos van acumulando las caídas, los quiebres y los años. 😌 Así que te felicito por tu coraje, Jaime!! Mucha suerte en la aventura de volver a amar. ✨
👉🌼