La paradoja del barco de Teseo
Reflexionando sobre el dilema de la identidad personal, la transformación y el cambio.
En estos días me encuentro escribiendo un relato corto cuyo hilo argumental gira en torno al barco de Teseo. Y claro, pensando la trama, escribiéndola, y poniéndome en la piel de los protagonistas, al final he acabado escribiendo también acerca de cómo yo reflexiono acerca de este tema.
Introducción
Siempre he encontrado fascinante la paradoja del barco de Teseo. Hace que piense en cómo yo, al igual que aquel barco legendario, estoy en un constante proceso de cambio y transformación. Seguro que lo has leído o te lo han comentado alguna vez.
En la mitología griega, Teseo es celebrado no solo por su valentía, sino también por su capacidad estratégica y astucia. Su hazaña más icónica, la derrota del Minotauro en el laberinto de Creta, ha sido siempre vista como una metáfora de los desafíos que enfrentamos en la vida. Cuando regresó triunfante a Atenas, fue aclamado como rey, y los atenienses mantuvieron el barco en el que navegó desde Creta en un estado continuo de reparación y renovación.
Se dice que fue Demetrio de Falero (c. 350-280 a.C.), un político, orador y filósofo peripatético que gobernó Atenas bajo el patrocinio de Casandro, quién tuvo un fuerte interés en la restauración y mantenimiento de los monumentos y tradiciones atenienses. Durante su gobierno (317-307 a.C.), promovió el cuidado del barco de Teseo, que seguía siendo un símbolo de la ciudad y de su herencia mítica. Demetrio sería, años más tarde, el primer bibliotecario de la mítica Biblioteca de Alejandría.
Durante años, ordenó que se reemplazara la madera podrida y gastada por madera nueva. De esta manera, el barco se convertía en un ejemplo de identidad, de algo antiguo pero que iba cambiando sin dejar de ser el mismo objeto. Eso llevó a los atenienses y a los filósofos reconocidos de Atenas a preguntarse: ¿Seguía siendo aquel el mismo barco después de todos esos cambios?
Plutarco lo contaba así:
«El barco en el cual volvieron (desde Creta) Teseo y los jóvenes de Atenas tenía treinta remos, y los atenienses lo conservaron hasta la época de Demetrio de Falero, ya que retiraban las tablas estropeadas y las reemplazaban por unas nuevas y más resistentes, de modo que este barco se había convertido en un ejemplo entre los filósofos sobre la identidad de las cosas que crecen; un grupo defendía que el barco continuaba siendo el mismo, mientras el otro aseguraba que no lo era.»
— Plutarco, Teseo, 23.1
Esta paradoja y pregunta filosófica ha resonado mucho en mí, porque yo también me pregunto muchas veces: ¿soy la misma persona que era hace unos años, después de tantas experiencias que han moldeado y cambiado mi vida?
A lo largo de esta carta, intentaré compartir mis reflexiones y experiencias personales sobre ello.
Identidad personal
Heráclito ya advertía que no es posible bañarse dos veces en el mismo río, pues ni el río ni el bañista son los mismos. El cambio es la única constante, y sin embargo, nos aferramos a una idea de identidad como si ésta fuera una roca firme e inamovible en el tiempo. Pero la identidad no es una estructura fija, sino un relato, una narración en construcción, donde lo nuevo no niega lo anterior, sino que lo contiene. «No es que tengamos un solo ser, sino que estamos siempre en camino de ser», afirmaba Ortega y Gasset. No somos, en rigor, una entidad cerrada, sino un proyecto, un bosque en perpetua metamorfosis.
En un momento particular de mi vida, cuando estaba absorto e imbuido en las redes sociales, recuerdo convertirme, en cierto modo, en un «barco de Teseo digital». Cada vez que publicaba una foto o escribía algo, sentía que estaba construyendo una versión de mí mismo que a veces se alejaba de quien realmente era. ¿Era yo el que compartía esos momentos, o era una versión cuidadosamente editada de mí?
Recuerdo también, decidir borrar todas mis publicaciones y empezar de cero. Digamos que fue como querer reemplazar cada tabla de mi barco digital. Pero incluso después de haberlo hecho, con cada publicación nueva que enviaba me daba cuenta de que algo de mi «yo» original seguía allí; el contenido, aunque diferente, respiraba la misma esencia. Hace ya unos cuantos años, decidí abandonar todas las redes porque dejaron de serme útiles para mantenerme en contacto con familiares y amigos, y cada vez me representaban menos como persona.
Ojo. Algo similar me ocurre aquí, en Substack. Pero de forma más positiva. Si bien en las demás redes sociales me parecía estar «hablando a la nada» y perdiendo el tiempo, en esta plataforma me siento mucho más comprendido, me siento infinitamente mejor. Aquí puedo conversar con personas afines a mi forma de pensar, reflexivas, atentas, y que mantienen un diálogo enriquecedor. Todo un descubrimiento. No obstante, sigo teniendo ese «algo» que me dice que quien me conozca en la vida real, se sorprendería de lo que escribo aquí. Si algún conocido mío o familiar lee alguna vez mi contenido, probablemente se lleve una sorpresa. A buen seguro no reconocerá al Jaime que conoce, ya que yo en mis relaciones personales no hablo ni de reflexiones, ni de poesía, ni de filosofía, que precisamente es de lo que escribo en este espacio. La escritura también es una pasión que nadie conoce en mí; todas ellas son pasiones que han ido creciendo y he ido desarrollando durante los últimos 15 años y lo han hecho en mi privacidad. Las he practicado y practico para mí, básicamente.
Teniendo lo anterior en cuenta, ¿soy la misma persona ahora que hace unos años? Si me preguntan a mí, contestaría que el yo de ahora, la persona, es el mismo de hace 15 años; pero también, a la vez, soy distinto. Mi forma de pensar es radicalmente distinta, mis preocupaciones son otras y mis pasiones han cambiado.
«Nada se crea de la nada, todo se transforma. La vida es un río en continuo movimiento, siempre cambiante, siempre nuevo.»
— Marco Aurelio, Meditaciones, Libro IV
Relaciones humanas
Todo en nosotros es flujo, devenir, tránsito incesante entre lo que fuimos y lo que seremos. ¿Existe, acaso, una esencia inmutable que nos haga ser quienes somos, o somos solo la suma de nuestras partes, siempre renovadas? Este dilema, que ha desvelado a los filósofos durante siglos, encuentra su metáfora más elocuente en el antiguo barco de Teseo: si sustituimos cada una de sus tablas hasta que ninguna original permanezca, ¿seguimos llamándolo el mismo barco? Y si en nosotros la carne se desgasta, las células se renuevan, los pensamientos mutan y la memoria se pierde y se fragmenta, ¿qué hilo invisible nos sostiene en la continuidad de nuestro propio ser?
He sentido esta paradoja también en mis relaciones. Pienso en amigos míos y en mi ex-pareja (relación de más de 20 años), que han estado conmigo durante años y en cómo nuestras conexiones han cambiado. Las conversaciones que teníamos antes ya no son las mismas de ahora; los intereses compartidos han evolucionado, y algunos incluso han desaparecido. Sin embargo, a pesar de todos esos cambios, hay algo que persiste, una esencia que mantiene viva la relación, en la mayoría de los casos.
Una amistad en particular me hizo reflexionar sobre esto. A pesar de los conflictos y la distancia, siempre volvíamos a encontrarnos. ¿Era la misma amistad que cuando empezó? Tal vez no en su forma, pero sí en su significado. Esa conexión subyacente, creo, es lo que nos permite navegar juntos, incluso cuando las «tablas» de nuestra relación llegan a reemplazarse con el tiempo.
Supongo también que yo me he ido adaptando a mis relaciones. He seguido «tratándolas como siempre» y no les he hablado de mis nuevas pasiones. Probablemente no las entenderían como lo hago yo. También tengo cierto miedo a que digan algo, respecto de ellas, que haga que nuestra relación se distancie, se deteriore o se enfríe... porque lo que sí es cierto, es que de un tiempo a esta parte me alejo de las personas, digamos «superficiales». Aquellas con las que no puedo mantener una conversación sincera y profunda sin caer en tópicos sin venir a cuento.
He aprendido a valorar las relaciones donde se acepta el cambio como parte natural de la vida. Donde podemos ser vulnerables y hablar de cómo nuestras «tablas» han cambiado con el tiempo, sin temor al prejuicio o a la desconexión.
El cuerpo humano: un caso vivo de cambio
Si alguna prueba nos ofrece la vida de que nada es estático, es el envejecimiento. En el espejo no se reflejan ya los contornos que una vez nos definieron: el cabello pierde su vigor, la piel se surca como un pergamino antiguo, la fuerza se repliega y la mirada se vuelve más profunda. Para quienes ven su cuerpo como un bastión de la identidad, la vejez puede parecer una afrenta, una descomposición de lo que alguna vez fuimos. Pero si en lugar de un refugio estancado vemos nuestro cuerpo como el escenario donde se representa nuestra historia, cada arruga, cada cicatriz y cada temblor podría ser la caligrafía con la que el tiempo nos escribe.
Sin embargo, el miedo al deterioro corporal no es más que la sombra de un temor más profundo: el miedo a la pérdida del yo. Si la juventud nos ofrecía la ilusión de permanencia, la vejez nos enfrenta a la gran verdad de nuestra finitud. «El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona», escribió Hölderlin. Pero si aprendemos a mirar el paso del tiempo no como un ladrón, sino como un artista que esculpe en nosotros una obra en constante perfeccionamiento, entonces la vejez no será una pérdida, sino una transformación en toda regla.
Mirarme al espejo me recuerda esta paradoja de forma muy directa. Con los años, las cicatrices, las líneas de expresión y los cambios en mi cuerpo son como las tablas reemplazadas del barco. Sin embargo, cuando cierro los ojos y reflexiono, sigo sintiendo que «soy yo».
«No te preocupes por ser consistente con el pasado. Sé solo consistente con la verdad.»
— Epicteto, Discursos, Libro I, Capítulo II
Hace ya bastantes meses publicaba lo siguiente:
Como puedes ver, me lo tomo con humor. 🤣
Lecciones de vida
Los estoicos nos decían que lo que cambia no es lo que importa, sino nuestra disposición ante ello. Marco Aurelio, en sus Meditaciones, nos recordaba que «todo lo que sucede, sucede como debía suceder», y que solo nuestra resistencia al cambio es lo que nos hace sufrir. Quizás el problema no sea que el tiempo nos arrebata lo que fuimos, sino que nosotros nos negamos a soltarlo. La identidad, entendida como algo fijo e inmutable, es un espejismo; la identidad, entendida como un río que fluye sin perder su esencia, es una revelación.
Si hay algo que permanece en nosotros, no es el cuerpo, ni siquiera la memoria —pues esta se desdibuja con los años—, sino la forma en que habitamos el tiempo. «El carácter de un hombre es su destino», decía también Heráclito, y si algo sobrevive al desgaste físico es aquello que hacemos con lo que nos es dado. Aceptar el cambio no es resignarse, es comprender que en la transformación sigue latiendo lo que somos.
La paradoja del barco de Teseo me ha enseñado que no hay contradicción entre cambiar y seguir siendo «uno mismo». Lo importante no es la permanencia de las piezas individuales, sino nuestra capacidad para seguir navegando en la vida con propósito y determinación.
He aprendido que mi identidad no está en las «tablas» individuales, sino en la narrativa que construyo sobre mi viaje. Supongo que mientras siga navegando, mientras mantenga el rumbo, podré encontrar sentido tanto en lo que dejo atrás como en lo que me espera más adelante.
El barco de Teseo, al final, es una lección de vida: no importa cuánto cambies, mientras no pierdas de vista quién eres y hacia dónde vas.
Ahora te toca a ti: ¿Eres tú la misma persona que eras años atrás? ¿Qué ves cuando te miras al espejo, si piensas en ello?
Gracias por leerme.
Gracias por estar. ❤️
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Muy buen texto, también les recomiendo el libro Sin relato de Lola López Mondéjar, que analiza profundamente este devenir de la persona y la personalidad, así como los problemas actuales de la inmediates digital, les dejo mi reseña https://elchacalestepario.substack.com/i/154361469/sin-relato-lola-lopez-mondejar
Y una discusión más amplía en el podcast https://open.spotify.com/episode/3fTsfZjWQTVfExUt4gkKsf?si=WA2hoW-hQN2DWhUWlyNlZQ
Volvemos a coincidir en la temática e intereses :) La sugerente paradoja de Teseo tiene un transfondo filosófico y científico muy relevante. De Heráclito y Parménides hasta la mecánica cuántica. A mí se me encendió la bombilla un día a propósito de un árbol milenario y de ahí me dió por escribir un libro. Aquí cuento cómo surgió: https://newsletter.ingenierodeletras.com/p/la-paradoja-de-teseo-y-el-arbol-milenario
Gracias por compartir tus reflexiones.