Hoy va una carta corta. Sin foto. Escueta. No he tenido tiempo para más. Será, probablemente la más corta hasta ahora. Y va sobre la firma de mis poemas, sobre el hashtag que uso en mi perfil; porque sí, todo tiene un significado. Todo tiene un porqué. Y en los últimos días más que nunca.
Cogito ergo sum. Pienso, luego existo. Probablemente la sentencia de Descartes marcó el nacimiento del sujeto moderno, racional, autoconsciente, desvinculado del cuerpo, encerrado en su mente como en una gran torre de marfil.
Pero hoy, tras años y años de hipertrofia del pensamiento, de incapacidad de análisis, de razón difusa en esta sociedad, siento muchas veces que, quizá, tal vez, haya que corregir el rumbo. Porque hay días en que pensar no basta, en que uno se siente más real por una conversación que por una idea. Y entonces emerge —como siempre— otra verdad, más honda, más cálida:
Sentio ergo sum: Siento, luego existo.
El sentir es la raíz que nos ata al mundo. No hablo solo de emociones vagas, sino de esa sensación espontánea que confirma que uno está vivo. Que la vida merece la pena.
Sentimientos… sentires… cuando sientes frío o calor, cuando notas y percibes el silencio, cuando sufres una pérdida, cuando experimentas en la adultez una risa infantil, una sonrisa mágica o esa belleza que te duele en el pecho. Son estos gestos los que nos devuelven a nosotros mismos. El cuerpo no es una cárcel, como pensaba Platón, sino un altar desde el cual percibimos lo sagrado de existir.
En cada estremecimiento, el universo nos toca y nos dice: «Estás aquí.»
Pero vivimos tiempos extraños. Tiempos de ruido constante, de pantallas que simulan compañía, de emociones prefabricadas por algoritmos. La sensibilidad se ha vuelto un estorbo; se nos pide eficiencia, productividad, no ternura, que no sintamos, que no vibremos con los sentimientos. Y así, poco a poco, nos vamos blindando. Nos volvemos expertos en evitar lo que duele, lo que nos remueve la conciencia. Se anestesia el alma con entretenimiento, se duerme el corazón con cinismo…
Sentir, en este contexto, me lleva a pensar en, casi, un acto revolucionario. Llorar por un poema, conmoverse durante una amistosa conversación, detenerse a escuchar la voz de tu interlocutor... sentir cosas que no sabías que podías volver a sentir desde hace milenios —o quizá nunca— es declararse vivo en un mundo que prefiere zombis funcionales.
Sentir no es lo contrario de pensar: es su hondura.
No se trata de despreciar el pensamiento. No. Sentir no es lo opuesto de pensar, es su profundidad. Una emoción verdadera es una forma de conocimiento. Lo sabían Pascal y Kierkegaard. Lo intuyeron los poetas, los místicos, hasta los enamorados lo saben de sobra.
El pensamiento sin emoción es cálculo. La emoción sin pensamiento es caos. Pero cuando ambos se abrazan, nace el sentimiento, la sabiduría encarnada. Sentir es pensar con el cuerpo, con el alma, con el tiempo que nos ha atravesado por dentro.
Y eso, querido lector, lectora, no lo enseña ningún sistema filosófico. Eso se aprende viviendo y dejándose llevar.
Sentir es una forma de volver a casa.
Una casa sin muros, con ventanas abiertas al asombro.
No hay existencia más plena que la de aquel que se deja tocar por el mundo, que no teme ser herido, que acepta la tristeza y el dolor como parte de la danza.
Y es por todo esto por lo que hace tiempo que uso esa frase en mis firmas, y cada vez lo haré más: porque solo quien siente de verdad, está verdaderamente presente.
Sentio ergo sum.
Siento, luego existo.
Y en ese sentir, quizá esté la única certeza que no necesita demostración.
Que sigas bien.
Gracias por leer hasta el final.
Que estas palabras te hayan acompañado, aunque sea un rato.
Con afecto,
Jaime.
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Me ha encantado esta reflexión, Jaime. Concisa y certera, y que pone en entredicho el discurso predominante. Y además, redactada con gran belleza, como siempre haces. ¡No se puede pedir más! 😊
PD: por cierto, me gusta *mucho* el estilo gráfico de las imágenes que estás poniendo últimamente!
👉🌷