No equivoques el camino de la felicidad
Reflexionando sobre el laberinto de la envidia y la senda de la felicidad: tres pensamientos de Séneca.
«Todos quieren vivir felices, pero se les nubla la vista cuando pretenden descubrir qué hace feliz una vida. No es fácil alcanzar la felicidad, porque, si has equivocado el camino, más te apartarás de ella cuanto más deprisa avances. Pues, cuando marchas en sentido contrario, tu propia velocidad te hace distanciarte más del objetivo.»
— Séneca. De vita beata. 1.1
Cuanto más leo a los clásicos, más lejos creo que estamos del camino hacia la felicidad. Es un tema complejo; tan complejo, que se me hace esencial primero aclarar cómo lo veo yo, y cómo creo que entendemos la felicidad.
En este primer cuarto del siglo XXI, la idea de felicidad parece estar más asociada a lo material que a otra cosa; la confundimos con el bienestar personal, la satisfacción de los deseos, y la posibilidad de vivir un estilo de vida marcado por la moda, el consumo, el dinero, la juventud, la comodidad, el éxito y el reconocimiento en redes sociales. Sin embargo, irónicamente, después de dedicar años como sociedad a perseguir estas metas, resulta que los índices de tristeza, depresión, ansiedad, neurosis y suicidios no dejan de aumentar. Ya muchos sabemos que España está a la cabeza en consumo de ansiolíticos.
¿Puede ser que estemos tomando el camino equivocado hacia la felicidad?
No será por escasez de recursos materiales: hemos conseguido mitigar el sufrimiento físico, extender la juventud, optimizar la calidad de vida, preservar la belleza por más tiempo, avanzar en el desarrollo tecnológico e incluso dominar la naturaleza hasta el punto de comprometer su equilibrio y amenazar nuestra propia existencia.
Nos concebimos como entidades casi indestructibles, pero el consumismo nos deja vacíos e insatisfechos; el padecimiento y la muerte nos aterran más que a los antiguos pensadores de hace veinticuatro siglos; nuestros temores nos acechan sin tregua y nuestras ansias nos subyugan. Numerosos individuos que proclaman con fervor su felicidad absoluta en realidad están tergiversando la verdad, del mismo modo en que otros tantos lo hacen en el artificioso universo de las redes sociales. Cuando exhiben imágenes en escenarios idílicos con sonrisas impecables, en una ostentación calculada, lo que realmente encubren es una profunda carencia de empatía, afecto y estabilidad psicoemocional: pilares esenciales para la auténtica felicidad.
«¿Dónde está el error si todos desean una vida feliz? El error está en que no conciben lo que es la felicidad en si. La confunden con sus instrumentos y, cuanto más la buscan, más se alejan de ella. Y así, aunque la esencia de una vida feliz consiste en una seriedad firme y una confianza imbatible en ella, lo que hacen es acumular cada vez más motivos de preocupación y, en el intrincado camino de la vida, no llevan sus cargas con inteligencia, sino que las van arrastrando. De este modo, se desvían siempre de la ruta. Cuanto más buscan la felicidad, más lejos están de alcanzarla y, cuanto más esfuerzo ponen en ello, más obstáculos encuentran en su camino, y se ven forzados a retroceder. Es lo mismo que les ocurre a los que corren dentro de un laberinto: la misma velocidad los va desorientando.»
— Séneca. Cartas a Lucilio, 44.7.
He perdido la cuenta, porque he leído muchas obras de Séneca y diversos ensayos que hablan sobre él y su obra. Es un pensador que me fascina. Y muchas veces me pregunto qué pensaría o qué diría él de este mundo tan frenético que hemos construido y en el que estamos imbuidos.
No hago más que ver propuestas que prometen la felicidad de forma rápida y sin esfuerzo. Constantemente se publican libros de este tipo, llenos de clichés, recetas o halagos a nuestro ego, pero que no nos ayudan realmente, ya que fomentan nuestro egoísmo y nos alejan de la capacidad de interactuar con los demás. No sirven para transformar el mundo injusto en el que vivimos. Estos libros nos enseñan a pensar solo en nosotros mismos y no en los demás. Y el egoísmo es destructivo, ya que somos seres sociales que encontramos plenitud en la cooperación con otros.
Yo he comprado alguno de estos libros de autoayuda. No demonizo a todos, alguno merece la pena. Pero me he encontrado con decálogos de cómo ser feliz, procesos para conseguir la felicidad, y hasta cursos para ser feliz. En muchos de estos libros, sacan a relucir a pensadores clásicos y sus ideas y he visto cómo algunas de sus frases más célebres han sido reinterpretadas en el contexto moderno en que vivimos, pero despojadas de su verdadero significado, mutiladas o tergiversadas, con una diferencia significativa en matiz y calidad respecto al original. Frente a estos libros que exaltan el ego para enfrentar las adversidades y las agresiones de la vida, los clásicos proponen una visión más solidaria y humana, más laboriosa, pero también más sensata y liberadora, con mayor fuerza psicológica y una exigencia moral mucho más alta.
La envidia, enemiga de la felicidad
Nuestra sociedad, competitiva y egoísta, también fomenta la envidia, una de las grandes fuentes de infelicidad y estupidez. La envidia va de la mano con la competitividad y la falta de solidaridad. En España hay mucha envidia, es algo que se suele comentar en reuniones de amigos. Hoy en día se practica más que nunca y se sufre en todos los ámbitos de la vida, amplificada por las poderosas redes sociales y los medios de comunicación.
Es una pasión irracional que nadie puede satisfacer completamente, «un vicio destructivo del alma», como diría Séneca. Incluso cuando alcanzamos el mayor de los éxitos, la envidia no tiene fin. Nunca se sacia. Aunque la suerte o el esfuerzo nos otorguen bienes impensables, siempre habrá alguien con más éxito que nosotros, o lo hubo en el pasado, o lo habrá en el futuro, cuando el paso del tiempo, la vejez o la muerte nos pongan a cada uno en su sitio. La envidia es un sentimiento absurdo, fuente de infelicidad y desgracia, más aún hoy que en otros momentos de la historia.
La envidia, la ambición, el egoísmo y todas esas pasiones destructivas siempre han existido, y no son más que ideas irracionales que nos hacen infelices. Aristóteles ya trataba la envidia en su obra Ética a Nicómaco. Lo hacía dentro del contexto de las emociones y virtudes humanas. Él define a la envidia como «un dolor por los bienes que otros poseen». Aristóteles considera que la envidia surge de la comparación social y es una emoción que puede llevar a la injusticia, pues impulsa a las personas a desear que otros pierdan todo lo que tienen, en lugar de mejorar su propia condición.
El ser humano siempre anhela más.
En ello reside su grandeza, pero también su condena.
Pero hoy es más fácil equivocarse en el camino que en la Antigüedad. El mundo tecnológico en el que vivimos, la inmediatez de la información y la rapidez de la comunicación digital son elementos que podrían hacernos más felices, pero que, si tomamos el camino equivocado, también pueden contribuir en mayor medida a nuestra infelicidad. En la Antigüedad, las personas también caían en este vicio; pero su alcance era más limitado: podían envidiar a sus vecinos, a la gente de su entorno cercano o, en el mejor de los casos, a aquellos de quienes oían hablar a través de viajeros que pasaban por sus pueblos o ciudades. La información en aquellos tiempos era escasa y llegaba tarde, comparada con los estándares actuales. No era fácil enterarse del éxito de muchas personas distantes en un mundo donde no existían medios de transporte como los actuales, ni plataformas de información tan poderosas como las de hoy, que nos permiten saber en pocos segundos lo que ocurre en la cara opuesta del mundo.

Ahora, la envidia encuentra un caldo de cultivo en los medios de comunicación de masas o redes sociales. Y por si fuera poco, todos contribuimos a esta catástrofe. Muchas personas ponen más empeño en subir a las redes imágenes y comentarios sobre sus viajes, comidas o espectáculos a los que asisten, que en disfrutarlos verdaderamente o en hacer que otros los disfruten. La frustración que anida en nosotros, alimentada por la envidia, nos impulsa a mostrar maravillas con las que provocarla también en los demás. Así nos convertimos en transmisores de ese sentimiento destructivo, en vectores de contagio de ese virus letal para la felicidad, que es sentir y hacer sentir envidia a otros. Equivocamos el camino, que diría Séneca, y contribuimos a que otros lo equivoquen también, apoyados por la enorme capacidad de difusión de los medios tecnológicos actuales.
La fuerza de la propaganda en pleno siglo XXI es terrible, y la pobre educación emocional y moral que recibimos desde niños tiende a fomentar aún más la envidia, cuando, por ejemplo, los medios nos muestran la vida de los ricos, que se exhiben sin pudor en las revistas, enseñando sus lujosas casas y su estilo de vida millonario. Esto incrementa nuestra frustración y la envidia, y siembra en nuestra mente la semilla de la infelicidad. Luego, resulta muy difícil entender, con el paso del tiempo, que esas personas presumiblemente felices pueden no serlo tanto, que no se necesita vivir en ese palacio para ser feliz, que quizá ellos, en su afán por conseguir o preservar esa riqueza indecente, han dejado en el camino de la vida lo más importante: amor, hijos, amistad, serenidad, sosiego, etc.
«La naturaleza1 desea muy poco, los caprichos de hoy una inmensidad. Imagina que se amontonan sobre ti todas las riquezas que muchos magnates han poseído, que la fortuna te sonríe con una riqueza mucho más allá de la que corresponde a un particular, que te cubre de oro, que te viste de púrpura, que te lleva a un punto refinamiento y lujo que solo pises mármol por donde vayas, imagina que no solo tengas oro, sino que caminas sobre él; que poseas estatuas, cuadros y todas las obras de arte que alguna vez se crearon para el lujo. Pues bien, de todo esto solo aprenderás a desear más y más. Los deseos naturales tienen un término: los que nacen de los caprichos de hoy no tienen donde acabar; lo que es falso y engañoso no tiene fin. Para el que recorre un camino siempre hay un final, pero el que va extraviado da vueltas sin parar.»
— Séneca. Cartas a Lucilio, 16.8-9.
Es cuestión de esfuerzo
El ser humano siempre anhela más. En ello reside su grandeza, pero también su condena. No nos basta con ser una especie más entre las que habitan este planeta; nuestra inteligencia, vastamente superior a la del resto de los animales, nos impulsa hacia dos caminos inseparables: la necesidad de reflexionar para edificarnos a nosotros mismos y el deseo de erigir la estructura de nuestra propia felicidad.
Pero la vida no se sostiene únicamente sobre el pilar del intelecto o el equilibrio. Requiere, además, el esfuerzo consciente de quien no se abandona a la inercia.
Considera lo siguiente:
No puedes gozar de salud si el equilibrio físico se desmorona: si la tensión se desboca, si el colesterol o los triglicéridos se disparan, si el cuerpo se ve sometido a un desgaste sin control. La ausencia de armonía te arrebata la salud, y con ella, la vida misma. Ergo, debes cuidarte. Del mismo modo, cuando el equilibrio emocional e intelectual se quiebra, la felicidad —aquella que construyes y no la que te es dada— se vuelve inalcanzable. Porque la felicidad no es un don otorgado por el azar ni un bien de serie: es una conquista personal, un proceso que demanda inteligencia y dominio propio. Aspirar a ella exige más que deseo; requiere voluntad, esfuerzo y un compromiso inquebrantable con la mejora de tu mundo, de tu lugar en la sociedad y de tus relaciones con los demás.
Eso es lo que yo interpreto de la idea central de Séneca sobre la felicidad: es un proceso, un esfuerzo de construcción personal, donde es necesario equilibrar deseos y miedos, y donde se requiere sabiduría y libertad.
No seré yo quien te diga cómo alcanzar la felicidad; cada cual debe buscarla y labrarla según su propio camino. Pero puedo compartir mi experiencia, y sé, sin lugar a dudas, que es posible alcanzarla. No hablo de la felicidad efímera en momentos aislados, sino de una felicidad constante, sostenida en el tiempo. Es real, está al alcance de quien se atreve a perseguirla. Solo requiere determinación y la valentía de transformar aquello que no nos gusta de nosotros mismos.
Mi experiencia
Mi vida no ha sido siempre feliz, en 2008 caí en barrena y llegué a pensar que no merecía la pena seguir viviendo. Más recientemente, hace 9 años, fallecía mi padre y, paralelamente, en medio del duelo y del dolor por la pérdida, decidí acabar con una relación de más de 20 años. También cambié de domicilio, de localidad. Acabé sólo, en un apartamento de 40 metros cuadrados, únicamente con lo que me cabía en una mochila y una maleta. Pensé que había llegado a lo más bajo de mi existencia, que el fracaso era absoluto. Así lo viví entonces. Pero al poco tiempo (meses), empecé a darme cuenta de que todo lo acontecido, todas las decisiones tomadas, aunque trágicas y dolorosas, debían ser vividas para encontrar mi propio camino.
Han tenido que pasar unos años más para que llegara el contrapunto. Gracias a esas decisiones trágicas y dolorosas, ahora tengo un trabajo que me gusta, vivo en un lugar que me encanta, convivo con un ser maravilloso que, si me sigues ya conoces, y tengo tres pasiones que me enriquecen: la lectura, la escritura y el senderismo. En los últimos 2 años he bajado 24 kilos de peso (me cuido mucho más), lo que también me ha traído bienestar en todos los sentidos.
Son más los momentos de felicidad que tengo y disfruto, que los de infelicidad, aunque nada es 100% perfecto, por supuesto. No existe la felicidad sin infelicidad; quizá lo importante sea conseguir más porcentaje de la primera que de la segunda. Nunca va a ser perfecta y absoluta, como otras tantas cosas en la vida, pero SIEMPRE merecerá la pena intentarlo. Siempre.
Y por todo lo anterior:
Si quieres cambiar aspectos de tu vida que no te gustan, ¡hazlo!
Si quieres buscar tu camino hacia la felicidad, ¡hazlo!
Si quieres dar un giro radical a tu vida, ¡hazlo!
No equivoques el camino. No dejes pasar el tiempo. Recuerda que éste es infinito, pero tú no. 😉
Gracias por leerme.
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Nota aclaratoria: El concepto de «naturaleza» que profesaban los filósofos antiguos no tenía que ver con la moderna ecología, las plantas, los árboles, el planeta, ni a nada tan concreto. Era algo mucho más general: a la propia naturaleza del cosmos y a la del ser humano, bajo un denominador común: la Razón, entendida como inteligencia y sabiduría.
Me encanta esta manera serena tuya de tratar este tema tan complejo. Estoy muy de acuerdo con Clara en que estas reflexiones de carácter más filosófico, donde unes a clásicos con tu propia visión del mundo y experiencia de vida es muy enriquecedora. Y muy pero que muy necesaria. Me ha encantado y me ha hecho reflexionar mucho.
Por ejemplo, estoy pensando que la felicidad para mí equivale a disfrute. Quizá es muy reduccionista mi forma de verlo. Tal vez la palabra en sí se me antoja tan, tan grande que enlazarlo con el disfrute me permite traerla a un plano más terrenal.
Pero no es un disfrute dopaminico como el que muy bien describes, con respecto al querer siempre más y nunca tener suficiente, fijandose en lo que falta y ambicionar lo que tiene el otro. Es un disfrute interno. Una satisfacción interior.
En fin, en los clásicos encontramos tanta sabiduría. En nuestra sociedad moderna pensamos que tenemos respuesta a todo, cuando ellos ya le habian dando muuuchas vueltas a lo que realmente importa. A la esencia misma del ser humano. ¡Gracias por traer este tema, Jaime! Desde luego, este artículo lo guardo para releerlo más veces. 🤗🤗
Hola, Jaime. 😊 Qué buen texto. Me alegra que te estés animando últimamente a intercalar el tema de los valores y la filosofía en algunos de tus textos, pues creo que lo haces muy bien y que aportas muchísimo a esta comunidad.
Me ha parecido interesante cómo has relacionado el tema de la búsqueda de la felicidad con el de la envidia, pues creo que ésta última es uno de las tendencias humanas que más se están fomentando y que, efectivamente, más nos aleja de la felicidad.
Hablo en plural y me incluyo, no porque la envidia sea algo presente en mi vida (muy raramente la siento), sino porque me incluyo como parte del colectivo humano. Y, como humana, "nada de lo humano me es ajeno". 😌
Supongo que el haber escogido en su día vivir una vida bastante alejada del Sistema y sus valores me ha librado de sufrir la embestida del gran problema colectivo con la envidia. No sé, sólo elucubro.
Los fragmentos de textos de Séneca que has escogido para acompañar tu texto me han parecido fantásticos... sobre todo éste: "Los deseos naturales tienen un término: los que nacen de los caprichos de hoy no tienen donde acabar; lo que es falso y engañoso no tiene fin. Para el que recorre un camino siempre hay un final, pero el que va extraviado da vueltas sin parar.»
Qué grande! Me han dado ganas de leer a Séneca, de quien no he leído más que citas sueltas... ¿Me recomiendas alguna de sus obras en particular?
Ha sido un gustazo leerte, Jaime. (Como siempre 😊).
Te mando un gra abrazo!
👉🏼🌼