Leemos para saber que no estamos solos
Reflexión acerca del «por qué» y el «para qué» de la lectura.
Últimamente pienso mucho en lo que, para mí, significa la lectura. En una de mis últimas cartas te hablaba de la escritura, y claro, por extensión, una cosa lleva irremediablemente a la otra. Yo no concibo la escritura sin la lectura, de igual forma que no concibo la lectura sin la escritura. Hay actos humanos que, por su aparente sencillez, esconden una profundidad inabarcable. Leer es uno de ellos.
En tiempos donde el lenguaje se prostituye en slogans vacíos y discursos huecos, volver a la lectura como lugar sagrado se me hace imperativo. Porque los libros construyen mundos. Elegir bien nuestras lecturas es elegir bien el mundo en el que queremos vivir.
Asistimos a la lectura como lo hacemos a un amanecer: sin darnos cuenta, la luz nos invade, los contornos del mundo se revelan y, sin haber hecho gran cosa, estamos de pronto despiertos, en un nuevo día.
«Leer —decía Kafka— debería ser un hachazo en el mar helado de nuestra alma. No un entretenimiento inocuo, sino una rebelión suave pero feroz contra la insensatez y el vacío que nos circunda. Leer es una forma de estar en el mundo: un acto de afirmación contra la Nada».
Muchas sensaciones experimento cuando cojo un libro en mis manos. La primera de ellas, y la más importante, es que tengo que detenerme. En el sentido más amplio de su significado. Mi mente no puede estar pensando en nada que no sea leer ese libro. Por tanto, tengo que poner todo mi empeño en ello; porque entro en un espacio nuevo, donde se me va a requerir algo fundamental: que le preste la máxima atención. Porque sí, el primer aviso que lanza la lectura es la atención. Simone Weil lo expresó con brillantez: «La atención es la más rara y pura forma de generosidad» y, efectivamente, solo se puede leer un libro «estando atento y siendo atento».
Detenerse a leer es ya un gesto de insumisión. En una época que rinde culto a la velocidad, a la inmediatez, al clic fácil y al consumo sin reposo, leer exige una pausa. Siste, viator, detente, caminante, decían las viejas lápidas romanas. Esa misma detención es a la que me refiero, libro en mano, me siento frente al mundo con la voluntad de demorarme, de atender, de contemplar.
Son muchos los significados del verbo leer que me resultan atractivos:
Descifrar: en una fracción de segundo, mi mente opera un milagro silencioso: reconoce signos, los enlaza, y de esa danza súbita brotan las palabras. Y de las palabras, el sentido. Y del sentido, el asombro. Y muchas veces del sentido y del asombro surge el aprendizaje. Hay en este proceso algo de música y algo de alquimia: y es que, cuando leemos, apenas caemos en la cuenta de que transformamos tinta en pensamiento, grafía en revelación. Me asombra lo natural que nos parece lo que, en verdad, es algo prodigioso.
Comprender. Porque comprender no es solo entender: es abrazar con la mente y con el alma. La razón abre la puerta, pero no entra sola. La acompañan sus hermanas mayores: la imaginación, la emoción y la intuición. Minusvaloramos a la intuición, la tratamos como un don menor, una forma inexacta del saber. Pero en realidad, es la inteligencia en su forma más veloz, y más libre. Es la guía invisible que nos acompaña en las decisiones más trascendentes, como si supiera, antes que nosotros, lo que necesitamos comprender.
Los siguientes significados derivan del étimo de leer, del latín legere, el cual tenía significados múltiples: reunir, cosechar, recolectar. Eso es, precisamente, una de las cosas que siento al leer un libro: soy recolector de semillas ajenas, sembradas por autores en formato de palabras escritas. Leo como quien recoge frutos maduros caídos del árbol del pensamiento; como Teseo, cuando desenredaba el hilo que le guiaba a través del laberinto; como los antiguos navegantes, surcando los mares de la imaginación. Porque legere también significaba «leer los mares» —legere aequora, decía Horacio—, fundiendo en una sola palabra la aventura del espíritu y del cuerpo.
Leer, entonces, es como navegar sin un timón visible, pero con un rumbo secreto: el de encontrarme a mí mismo en las palabras de otros.
¿Y para qué leer?
El lector auténtico no lee para acumular datos, ni por una vana erudición. Lee para habitarse, para encontrar en las palabras de otros los ecos de su propia voz interior. Algo sublime decía C.S. Lewis: «leemos para saber que no estamos solos». No hay respuesta más bella ni más verdadera. Al abrir un libro, somos el náufrago que avista una vela en el horizonte, la señal de que no todo está perdido, de que alguien —quizá hace siglos— escribió algo que hoy nos alcanza como una botella lanzada al mar del tiempo. Me encanta ese concepto.
Porque leer es una forma de vivir más vidas. Es retrotraerme a los viejos héroes de mi infancia: Jack London, Julio Verne, Salgari, Mowgli, Nemo, Crusoe. Cada uno de ellos encarnó una posibilidad vital que no hubiera conocido sin esas lecturas. Como lector no soy solo uno, sino todos ellos. Fui el náufrago y el corsario, el sabio y el loco, el rebelde y el amante. Fui, en suma, la humanidad entera desplegada; porque leer es vivir en plural. Es transitar la historia del mundo y la historia del alma en cada página que leo. Y ese plural me salva de la soledad absoluta. Porque quién lee, jamás estará completamente solo: su soledad estará habitada.
Hay, además, una dimensión ética y política en el acto de leer. Tengo el convencimiento de que, como lectores, somos rebeldes. Nos rebelamos contra la banalidad, contra el pensamiento único, contra la reducción de la existencia a un eterno presente sin profundidad. En un mundo donde el discurso vacío se multiplica, leer con atención es un acto subversivo. Leer con criterio es ya empezar a pensar por uno mismo. Y pensar es el primer paso para vivir con dignidad.
Marco Aurelio, en sus Meditaciones, se urgía a sí mismo a no actuar como si fuera a vivir mil años: «Mientras vivas, mientras puedas, sé bueno», escribía. Hoy casi me atrevería —¡y qué atrevimiento!— a parafrasearle: mientras vivas, mientras puedas, lee. Porque leer nos ensancha, nos humaniza y nos despierta.
Leer no nos libra de morir, pero nos enseña a vivir mejor. Y al fin y al cabo, eso ya es bastante.
Para terminar, —y con alma de lector—, espero que esta carta escrita desde el mayor de los sentimientos y con el mayor de los propósitos, te resulte en un texto inspirador que —en sí mismo— cumpla con dicho propósito: invitarte a abrir un libro y perderte (o encontrarte) en sus páginas. 😉
Gracias por leerme.
Gracias por estar. 💜
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Jaime,
Te leo —como siempre— despacio. Porque tus palabras no se pueden recorrer de cualquier manera. Son de esas que piden ser habitadas, no solo entendidas. Y mientras avanzaba por tu carta, me venía constantemente una sensación: la de estar asistiendo a un acto sagrado.
Porque eso es lo que describes: leer no como consumo, sino como liturgia. Como resistencia. Como un modo radical de estar presente.
La imagen del lector como náufrago que encuentra una vela en el horizonte me ha atravesado. Cuánto sentido hay ahí. Cuántas veces un libro ha sido, para mí también, eso: la señal de que no todo está perdido, de que alguien escribió algo hace tiempo que, sin saberlo, me iba a salvar hoy.
Y lo que dices de legere… qué maravilla. Reunir, cosechar, recolectar. Leer es una forma de recoger aquello que otros dejaron sembrado, pero también de descubrir que hay una voz dentro de ti que empieza a brotar en silencio mientras lo haces.
Gracias por este texto. Por tu generosidad. Y por recordarnos que quien lee no está solo, sino habitado.
Un abrazo enorme,
Javi 📚
Qué preciosidad de carta, Jaime! Si no fuera ya una lectora empedernida, me habrías convencido de empezar a serlo. 😊 Me han gustado muchas cosas del texto, pero me quedo especialmente con tu mención a la maravilla de proceso cognitivo que es la lectura: que seamos capaces de mirar durante horas unas hojas de papel (o una pantalla) llenas de tiras de pequeños símbolos, y que de eso podamos derivar complejas escenas en nuestra mente, emociones en nuestra alma, imaginar conversaciones, acompañar a otras personas en sus reflexiones profundas, y adquirir conocimientos nuevos. Es flipante lo que hacemos internamente al leer, y sobre todo es increíble que lo hagamos tan rápido y sin esfuerzo.
Qué suerte haber nacido en una época en la que la alfabetización es lo normal, la verdad...
Un gran abrazo, Jaime.
👉🌼