La ilusión y sus fuegos
Reflexionando sobre la ilusión en el amor, en el trabajo y en la vida.
Esta semana realizo un viaje a dos mil quinientos kilómetros de distancia en el que tengo puestas muchas ilusiones. Debido a ello, en estos días estoy pensando mucho, muchísimo, en aquello que llamamos ILUSIÓN. Ese sentimiento que nace sin hacer ruido, esa llama directa al corazón y a la esperanza que ilumina aquello que deseamos y esperamos que en algún momento ocurra. Es como una fuerza que nos lanza hacia lo que todavía no existe. Algunos la confunden con la ingenuidad, otros con el autoengaño, y hay quien, incluso, la considera un lujo de la juventud.
Pero yo no lo creo así.
Para mí la ilusión es mirar el vacío y decir: allí plantaré una flor.
Por supuesto que en ella hay una cierta dosis de fe, sin la cual la vida se convertiría en una sucesión de horas insulsas y funcionales. Ilusionarse es dotar de sentido al tiempo, es habitar el futuro con el corazón mismo. Marco Aurelio hablaba «de la dignidad del alma que se alza por encima de los hechos». Y Nietzsche rescataba el valor de la afirmación, de decir sí a la vida incluso cuando no promete nada. Y en esa franja tenue entre la realidad y el deseo, nace la ilusión: no como capricho, sino como decisión vital.
En el amor
Ilusionarse por el amor es como preparar una casa para alguien a quien no se ha invitado. No sabes si vendrá, ni cuándo, ni en qué forma. Y a pesar de ello, abres las ventanas, limpias los cristales y dejas una taza servida. El amor, cuando llega, suele hacerlo sin calendario. Y aunque la razón te diga «esta vez no», hay algo en el alma que te responde: «pero esta vez sí».
Después de una pérdida, de un abandono o de muchos años de sequía emocional, la ilusión por volver a amar es casi un milagro. Créeme, sé de lo que hablo. Quien se ha reencontrado con el amor tras muchos otoños de espera, sabe que ese fuego es distinto. Arde sin urgencia, pero con firmeza. No busca eternidades; busca verdades.
La ilusión amorosa no ignora el dolor. Lo recuerda, pero decide avanzar. Es la voluntad de volver a decir «confío en ti, te creo» en un mundo lleno de decepciones. Como escribió el poeta libanés Gibran: «El amor no da nada más que a sí mismo y no toma nada más que de sí mismo». Por eso la ilusión no es demanda, sino entrega; es poner el alma y el corazón en modo apertura, sin más.
En el trabajo
Trabajar no es solo una obligación. Puede ser, si se cultiva, una forma de sentido. La ilusión por lo que hacemos nos rescata del automatismo. No se trata siempre de tener el trabajo soñado —aunque, evidentemente, ayude—, sino de descubrir que aún en lo pequeño puede haber dignidad.
Hay quien se despierta con ganas porque sabe que su tarea importa. No por la remuneración, sino porque allí pone algo de sí mismo. La ilusión en el trabajo tiene que ver con la entrega, con el deseo de hacer bien las cosas, con la aspiración de dejar una huella, por discreta que sea. Y cuando eso falta, cuando todo se vuelve gris y mecánico, la ilusión se parece más a una semilla olvidada. Pero incluso entonces puede rebrotar. A veces, basta con mirar de otra forma: transformar un informe en una oportunidad, un cliente en una persona o una rutina en un rito.
Ilusionarse con el trabajo no es idealismo: es una forma de resistencia. Una forma de decir: «yo también estoy aquí, construyendo».
Ilusión por la vida
También hay días en que basta con abrir los ojos y, simplemente, agradecer. La vida, aunque a menudo se nos olvida, es un regalo diario. Y la ilusión por vivir no siempre está ligada a grandes aventuras, sino a la capacidad de emocionarse con lo simple: una conversación sincera, un amanecer lento o una canción que nos significa por dentro.
La ilusión vital es ese hilo fino que une los momentos. Aun en la adversidad, quien la mantiene ve la posibilidad de belleza. La poesía, el arte, los libros, la música... todo ello alimenta esa llama. Hay que protegerla como quien cuida una orquídea: con mimo, sin prisa, sabiendo que no florece cada día, pero que está viva.
Decía Séneca: «Mientras vivimos, aprendamos a vivir». Y vivir es también aprender a ilusionarse, a no dar por sentado el milagro de estar aquí. La ilusión por la vida no debe ser obligación; debe ser posibilidad. Y cuando aparece, conviene dejarle sitio.
El deseo noble de crecer
Muchas veces noto una ilusión más silenciosa pero profundamente transformadora: la de querer ser mejor persona. No por competencia ni por apariencia, sino por fidelidad a mi mismo. Por querer habitarme con dignidad.
Pienso que quien desea mejorar no busca la perfección, sino la coherencia. Actuar conforme a lo que se piensa, pensar conforme a lo que se siente, y sentir sin traicionarse. Es un trabajo de artesano. Y aunque está lleno de tropiezos y dificultades, hay belleza en ese camino. La ilusión de crecer moral y espiritualmente no tiene fecha de caducidad. Acompaña a quienes no se resignan, a quienes creen que vivir es también pulirse.
Epicteto lo dijo sin rodeos: «No pretendas que las cosas ocurran como tú quieres; desea que ocurran como ocurren, y serás feliz». Pero desear que ocurran como ocurren no significa pasividad. Significa aceptar y, desde ahí, aprender a crecer.
Una nota de realismo
La ilusión también es frágil. Se rompe con facilidad y se apaga si no se alimenta. La decepción, la rutina, la enfermedad o el simple desgaste del tiempo pueden erosionarla. Pero eso no la invalida. Al contrario: su valor reside en que, a pesar de su fragilidad, es capaz de renacer.
No hay que temer que se quiebre. No es de cristal, sino de llama. Y las llamas pueden reavivarse. El alma humana tiene esa rara capacidad de recomenzar, de renacer, de ilusionarse de nuevo cuando menos lo esperas. Por eso la ilusión no es debilidad, sino que podría verse también como un acto de valentía.
Vivir con ilusión no es vivir en la fantasía, sino en la posibilidad. Es elegir el fuego frente a la inercia, el «quizás» frente al «ya da igual». Es una forma de mirar, de estar en el mundo con los ojos abiertos y el corazón dispuesto.
Tal vez no todo lo que deseamos ocurra. Tal vez muchas de nuestras ilusiones se queden en el umbral. Pero mientras nos ilusionemos, seguimos vivos de verdad. Porque no hay mayor empobrecimiento que dejar de esperar algo bueno en la vida.
La ilusión es, al fin y al cabo, una forma de amor. Amor por el otro, por lo que hacemos, por la vida, por lo que podemos llegar a ser. Que no nos falte. Que sepamos cuidarla. Que sepamos, incluso en los días grises, encenderla.
Encender la ilusión
Ilusionarse es tender la mesa aun sin saber si vendrá el invitado. Es poner agua al fuego, esperando que hierva el milagro. Es caminar sin mapa, sólo con la brújula del corazón. Es abrir las puertas del alma cuando el mundo parece estrecho. Es buscar entre los días comunes una nota que aun no ha sonado, una palabra que no se ha dicho, un abrazo que se está esperando. Ilusionarse es vivir con preguntas que no temen no ser respondidas. Es escribir el poema de siempre con palabras recién nacidas. Que nunca se apague esa llama que alumbra sin exigir razón. Porque quien vive con ilusión, sabe que la vida merece la pena. 2025 © Jablago #sentioergosum
Que sigas bien.
Gracias por leer hasta el final.
Gracias por estar. 💜
Que estas palabras te hayan acompañado, aunque sea un ratito.
Con afecto,
Jaime.
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Nota de autor:
Escribo para entender, no para explicar. La escritura es mi forma de pensar en voz baja.
Que bonita la ilusión, es tan poderosa y frágil a la vez.
Me encanta la comparación que haces con plantar una flor, pues la ilusión también hay que regarla, cuidarla y aceptarla.
Saber que la ilusión lleva de equipaje la incertidumbre, convive con la duda, pero siempre invita a la posibilidad y enseña a soñar más allá de la realidad inmediata.
Cógela, acéptala y abrázala con la esperanza de convertir ese “todavía no” en un “pero si”, a decirle, voy con todo y a por todas. 😉
Como siempre, admiración absoluta por tus palabras y reflexiones.🥰
Gracias por ser, por estar y por escribir. 💚
Madre mía Jaime. Qué belleza de carta. Me la he guardado para releerla de vez en cuando, porque no sólo es preciosa, sino un compendio de sabiduría sobre el tema de la ilusión. No sé qué parte elegir para compartirla, no me decido!
Creo que una parte de mi carácter se ha forjado a través del eterno pendular entre la ilusión y la decepción tras los golpes de realidad. Este tema es importante para mí, aunque es uno de esos temas que no hacen ruido, que se mantienen al fondo, como un hilo musical constante a lo largo del tiempo.
Me encantan todas tus reflexiones sobre la ilusión en los distintos aspectos de la vida que has mencionado. Tu forma de ver a la ilusión es hermosa, profunda, pero sin perder el contacto con la realidad. Gracias por compartirla, Jaime. 🙏
👉🌷
PD: Feliz viaje!! 🤩