El arte de salir de uno mismo
Cuando el amor no exige presencia constante, sino verdad. Amor a distancia, amor maduro, amor que transforma.
Si. Ha llegado el momento de hablar del amor. Desde mi perspectiva, claro.
Estoy descubriendo que hay un tipo de amor que llega sin estridencias, sin promesas desenfrenadas, sin la necesidad imperiosa de tener que completar nada. Es un amor más sereno, más consciente, más hondo. Un amor que no necesita estar todo el tiempo presente para hacerse sentir. Un amor que sabe esperar —aunque no siempre es fácil—, y que se acomoda con cierta elegancia a la distancia, al tiempo y a la realidad.
Ese amor, es el que aparece cuando uno ya ha vivido mucho, cuando ya ha amado antes, cuando ya ha aprendido cosas de él; ya no busca ser salvado ni salvar a nadie, por tanto tiene un valor especial. Es el amor que llega cuando uno ya ha dejado de correr detrás de idealizaciones y empieza, por fin, a caminar con paso firme hacia lo real.
A los 53 uno no se enamora igual que a los 20. No porque el corazón se haya vuelto más insulso o frío, sino porque ahora se sabe de lo que va el tema. Porque ya no se entra en una historia de amor con los ojos cerrados, sino con los ojos bien abiertos... y el alma, también. Se ama sabiendo que el amor, para ser de verdad, exige presencia, aunque no haya cuerpo. Y constancia, aunque no haya certeza.
Este amor que estoy viviendo —y que inspira estas palabras— es un amor a distancia. Podría parecer poco. Pero no lo es. Cuando el vínculo es real, no hay kilómetros que lo apaguen. Hoy en día, gracias a la tecnología, se puede estar presente, verse y hablarse de formas muy distintas. Sin perder conexión.
Aunque el amor, cuando es verdadero, no solo depende del roce, sino también del reconocimiento. Hay miradas que cruzan océanos. Hay silencios que acarician el corazón. Hay mensajes que llegan al alma, incluso si la otra persona está a cientos o miles de kilómetros, como es el caso.
En estos días he estado viendo algunas entrevistas a Pablo D’Ors, alguien a quien sigo hace tiempo porque me gusta lo que promueve. Para él, Simone Weil es un referente a seguir. Ella expresaba con brutal belleza: «El amor verdadero es mirar al otro tal como es, y decirle: tú no morirás». Tremendo. Me deja sin palabras...
Pero para que eso ocurra —para que dos personas puedan amarse así, con el alma más que con el cuerpo— hace falta haber caminado mucho. Haber errado, haberse caído, haberse preguntado más de una vez si uno sabe realmente amar. Yo me lo pregunto continuamente. Porque amar en la madurez no es un capítulo más: es una forma distinta de estar en el mundo. Más calmada. Más elocuente.
Uno ya no ama por necesidad. Ya no busca que el otro llene vacíos, sino que los habite con ternura. Ya no espera que el amor resuelva todos los problemas, pero sí que sea un lugar al que siempre se pueda volver. Un refugio, por decirlo de alguna manera. Y, sobre todo, se ama con el alma abierta, pero sin ingenuidad. Con la esperanza intacta, pero sin fantasías infantiles. Porque, a estas alturas, ya sabemos que el amor no siempre es suficiente para sostener una vida en común, pero sí puede ser suficiente para sostener el sentido de nuestras propias vidas.
En este amor que vivo —y en el que creo— no hay promesas de cuento, pero sí una presencia constante. Nos damos lo que podemos, lo que somos. Y en ese gesto, pequeño y enorme a la vez, hay un tipo de entrega que no necesita adornos.
Amar de verdad, es aprender a confiar en lo invisible. Es aprender a leer entre líneas. Es afinar la sensibilidad para que un «buenos días» signifique «te pienso» y un «descansa» quiera decir «me importas». También es aceptar que no todo será fácil. Que habrá días de dudas, días en que el silencio pese más de la cuenta, días en que se eche tanto de menos al otro que el corazón duela. Pero se sigue. Se cuida. Se está. Porque eso es amar también: no rendirse al primer revés o viento en contra.
Y, curiosamente, cuando uno ama en la distancia, se vuelve aún más consciente del poder de lo esencial. Ya no están los cuerpos para distraernos. Solo queda lo que de verdad une: la palabra, la intención, los momentos, los gestos. En cierta forma, el amor a distancia desnuda el vínculo. Y si sobrevive, es porque es real.
Pero no quiero caer en idealizaciones. Amar así también requiere esfuerzo. Es una siembra diaria. A veces duele. A veces se siente una ausencia que no se puede explicar. Pero también es cierto que pocas cosas enseñan tanto sobre uno mismo como este tipo de amor. Porque te obliga a confiar, a soltar el control, a estar en paz con no saberlo todo. Te muestra que amar no es poseer, ni tener al otro disponible las 24 horas, ni exigir respuestas inmediatas. Amar así es dejar ser. Y estar, aunque no se pueda estar físicamente presente.
Y en esa paradoja —la de estar lejos pero cerca— se da una de las experiencias más puras del afecto. Porque uno ama sin garantías. Ama desde la convicción. Ama sabiendo que no hay promesas, solo el presente. Porque uno ya no busca intensidad efímera, sino profundidad. Ya no persigue mariposas, sino raíces. Y si hay amor, que sea honesto, que sea bueno, que sea libre.
Decía Marco Aurelio: «La perfección del carácter es vivir cada día como si fuera el último, sin apresuramientos, sin apatía, sin fingimientos». Y eso me hace pensar: ¿no es eso también una buena definición del amor? ¿Vivirlo como si cada encuentro, cada palabra, cada mirada fuera única? Porque en realidad, creo que así es.
Este amor que estoy viviendo a distancia, en la madurez, en medio de lo cotidiano, me está enseñando cosas que no aprendí en décadas. Me está recordando que, al final, lo que de verdad permanece no son las fotos, ni los planes, ni las cosas superfluas. Lo que queda es esa sensación profunda de haber sido tocado por alguien que te ve, que te escucha, que te acepta... tal y como eres.
Quizás eso sea amar de verdad: atreverse a salir de uno mismo para habitar el mundo del otro. Aunque sea a distancia. Aunque sea entre pausas. Aunque sea con la sabiduría tranquila de quien ya ha amado y ha entendido que el amor, cuando es real, no necesita demostraciones grandilocuentes.
Solo verdad.
Y esa verdad, cuando se cuida, es suficiente.
Que sigas bien.
Gracias por leer hasta el final.
Gracias por estar. 💜
Que estas palabras te hayan acompañado, aunque sea un ratito.
Con afecto,
Jaime.
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Nota de autor:
Escribo para entender, no para explicar. La escritura es mi forma de pensar en voz baja.
Hola Jaime! Me ha gustado mucho ésta carta (para no variar 😄). Y me alegro mucho de que estés viviendo algo tan hermoso.
De tu reflexión me quedo, sobre todo, con la parte en la que explicas que, para ti, un amor a distancia (si dura) es porque es bien real y profundo. Porque no cuenta con las distracciones y los apoyos del contacto físico. Y si, a pesar de ello se sostiene, es que es un amor de los de verdad.
Nunca lo había visto así, pero creo que tienes toda la razón.
Yo tuve un amor a distancia que resultó no ser tan amor, pero tardé tiempo en entenderlo. Y esa es mi única experiencia en relaciones a distancia.
Por eso me ha gustado mucho tu carta, porque tu historia parece realmente sana y verdadera.
Te mando mis mejores deseos en la aventura de amar. 💕
Un abrazo grande!
👉🏻🌼
Hay tantos amores como personas, edades y momentos, Jaime. Todo depende de las necesidades de cada uno en cada circunstancia de la vida. Quizá ahora ya tienes las mimbres para construir un amor sólido en la distancia. Tal vez antes no hubiese sido posible. ¿Quién sabe?
También sabes que las relaciones evolucionan porque las personas vamos cambiando. Hay veces que en nuestro camino, nos desviamos de la vida del otro; en ocasiones queriendo, en otras sin querer, literal y metafóricamente hablando😉.
Yo conocí a mi marido hace 26 años en un campamento de verano. Él cordobés, yo malagueña. En el 99 no había móviles, o al menos si los había yo no tenía. Mantuvimos el contacto por carta y por teléfono, primero en la cabina más cercana - bajo el sol de agosto o la lluvia y el frío invernal - y después a través de la tarifa plana de Telefónica 🤪🫣.
Estuvimos así 3 años hasta que él se vino a estudiar en la universidad a Málaga. Ahora lo pienso y fue muy loco. Pero aquí seguimos. ¿Hasta cuándo? Pues no tengo ni idea. Supongo que mientras nos sigamos aportando el uno al otro y acompañando en el camino. 🤷♂️🤷♀️
¡Me alegra que hayas descubierto un amor que complementa desde la tranquilidad!
Un abrazo gigante.😉