Mi primera gran aventura (parte 3)
Conociendo Santiago de Compostela y final de la aventura.
Esta historia tiene dos partes anteriores. Te invito a leerlas antes:
Inicio del viaje (parte 1)
La tía Vicentita (parte 2)
Santiago de Compostela
Hacía ya unos cuantos días que habíamos llegado a Santiago, pero yo apenas había salido de casa, lo hacía por las mañanas para acompañar a mi abuela a comprar al supermercado y poco más. El edificio donde vivíamos estaba muy cerca del casco viejo de la ciudad y mi abuela me prometió que lo visitaríamos pronto, para ver la catedral y para ir al parque de la Alameda a comer barquillos.
Al final no fui con ella, lo hice con Gloria, la chica agradable y simpática con la que desayunábamos todos los días y que generalmente estaba conmigo y con Vicentita hasta la hora de comer.
Caminábamos por calles antiguas con suelos de piedra donde no habían coches ni aceras a los lados, ni vehículos aparcados. A veces al lado izquierdo, a veces al derecho, entrábamos en grandes y largos soportales donde podíamos refugiarnos de la lluvia. El día estaba oscuro y llovía intensamente, pero había mucho movimiento de personas. Todo el mundo caminaba con un paraguas en la mano. Cuando los soportales llegaban a su fin nos quedábamos desprotegidos y entonces abríamos los paraguas, para luego volver a cerrarlos al llegar a otro soportal. Para mí era un juego, abrir y cerrar los paraguas me divertía. En Ibiza no llovía tanto y cuando lo hacía, nos quedábamos en casa y esperábamos a que escampara. Era más aburrido.
Pronto vi que llegamos a un lugar donde no habían calles. Era una plaza con edificios a todos lados y callejones en las esquinas para entrar y salir de ella. Al principio un edificio con soportales, donde nos metimos enseguida, y al final, al fondo de la plaza recuerdo ver ¡las escaleras más grandes que yo había visto nunca!
Quería correr hacia ellas, pero llovía mucho. Le tiré del abrigo a Gloria y le señalé las escaleras. Ella me miró y me dijo algo que me haría soñar con cosas más grandes:
—Espera Jaime, que ya estamos muy cerquita de una plaza más grande y más bonita y vamos a entrar en la catedral, que hoy vuelan el Botafumeiro— Yo no sabía lo que era una catedral ni un botafumeiro, todo eso me sonaba a chino mandarín, pero lo acepté de buena gana. Para mí todo era un descubrimiento.
Llegamos a la plaza, la más grande. Por fin pude ver la catedral de la que tanto hablaba mi padre. Yo a mi corta edad solamente había visto la iglesia de un pueblecito de la isla de Ibiza, y claro, la comparación era tremenda. Aquello era una tremenda «iglesia». La sorpresa fue cuando entramos en ella.
Entramos a la catedral por la Plaza del Obradoiro, subiendo unas escaleras —cómo me gustaban a mí las escaleras— y al llegar a la puerta y rebasarla, me encontré dentro de un espacio indescriptible para mí. Yo nunca había visto nada igual. Aquello tenía una altura increíble. Habían también columnas en el interior, un silencio extraño, las personas hablaban bajito y en esos momentos recuerdo escuchar la música de un órgano. Gloria me indicó que mirara hacia arriba y yo pude ver como una especie de tuberías que sobresalían de las paredes, en lo alto de las columnas. De ellas salía la música. Mi cara debía ser todo un poema. Yo nunca había visto nada parecido ni sentido o experimentado algo tan grandioso.
El botafumeiro
Y solamente era el principio. Gloria me hizo saber que teníamos que acercarnos al centro, al altar, porque iban a volar el botafumeiro, y aquello me iba a gustar mucho… me agarré de su mano y caminamos hacia el altar.
Empezó a cantar un especie de coro. El botafumeiro estaba en el centro, frente al altar, y los sacerdotes estaban prendiendo un pequeño fuego en su interior, haciendo que echara humo. Luego salieron de un lateral otro grupo de sacerdotes con unas cuerdas que se convertían en una sola cuerda que subía hasta la cúpula, a una especie de polea y bajaba hasta el botafumeiro. Yo te lo explico como lo estaba interpretando de niño. Con los años entendía para qué era todo ese proceso, pero en aquellos momentos, con 5 años, para mí lo que estaba viendo era la mejor de las historias que jamás me habían contado. Un sacerdote empujó el botafumeiro y los demás empezaron a tirar de las cuerdas. Gloria me indicó que a aquellas personas que tiraban de las cuerdas los llamaban tiraboleiros. Eran los encargados de hacer volar aquel artefacto. Según iban tirando de la cuerda hacia abajo el botafumeiro cada vez cogía más y más velocidad. Parecía que no iba a parar. A cada pase se escuchaba un silbido. Pasaba muy cerca de nosotros, sobre nuestras cabezas. Yo me agarré al abrigo de Gloria porque aquello me estaba impresionando. Tiraban y tiraban de las cuerdas hasta el punto en que parecía que el artilugio iba a salir despedido por una ventana circular, cerca del techo.
Quizá viendo el video que te dejo a continuación —poniendo las cosas en contexto— puedes imaginarte lo que suponía para un niño de 5 años de la época ver eso tan de cerca. Es algo que tengo grabado en mi memoria, desde luego.
Ni que decir tiene que yo a partir de entonces, todos los días, quería que me llevaran a ver el botafumeiro. Gloria, con el paso de los años, me dijo que ese día había disfrutado mucho del día en que me llevó a conocer el casco viejo y la catedral. Siempre lo recuerda con cariño, al igual que yo. Recuerda que no paraba de preguntarle por todo. Yo quería saberlo todo. Y mis caras eran de chiste.
Los barquillos en la Alameda
Al salir de la catedral, nos dirigimos hacia la Alameda. Un parque muy grande que está relativamente cerca de todo lo que te he contado. Allí me esperaba la experiencia de probar un barquillo. Al llegar, buscamos a un vendedor. Al parecer solamente habían 2 o 3 que andaban por el parque vendiendo barquillos. El parque era grande, pero por suerte ya no llovía, así que caminamos hasta encontrar a uno.
Cuando lo encontramos, vi que llevaba un recipiente grande, cilíndrico, y en la parte superior del mismo había una ruleta. Según mis recuerdos, el trato era comprar un barquillo y girar la ruleta. Si acertaba, me regalaría otro sin coste. No hubo suerte. No me llevé el de regalo, pero el recuerdo del sabor de aquel barquillo será algo que también recordaré toda la vida. Nada del estilo de lo que yo haya probado en años posteriores se ha asemejado nunca a lo delicioso que yo recuerdo de aquel barquillo.
Fin del viaje. Poniendo las cosas en contexto.
Tengo muchos más recuerdos de éste, mi primer gran viaje, pero tampoco quiero aburrirte. Lo que sí haré será poner las cosas en contexto, porque en este caso creo que la ocasión lo merece y así entenderás algunas cosas.
En los años 70, en una calle conocida de Santiago habían dos edificios contiguos, el edificio donde estaba el piso donde vivía mi abuela y el edificio de un sanatorio. Esa es la causa por la que en el interior, el pasillo de la casa de mi abuela se convertía en un pasillo de hospital. En realidad, estábamos pasando de un edificio a otro desde el interior. Esto era posible porque el sanatorio era de mi abuelo, que era médico, y por tanto la casa tenía conexión desde dentro con su lugar de trabajo habitual. A mi abuelo no llegué nunca a conocerlo. Murió de un infarto años antes de nacer yo.
El viaje era por un motivo muy triste. Mi hermana en aquel entonces estaba muy enferma. Mi padre —por motivos que no vienen al caso— no tenía relación con mi abuela, llevaban años sin hablarse, pero dada la gravedad de la situación, le comentó lo que estaba pasando y que necesitaba su ayuda, ya que en el hospital de Ibiza no daban con la enfermedad de mi hermana. Ella tenía fiebres muy altas para un bebé de apenas año y medio y no sabían a qué era debido. Así que mi abuela se ofreció a contactar con los médicos más reconocidos de Santiago, incluyendo a los que trabajaban en el sanatorio. Alguien tendría que saber qué tenía mi hermana.
Para no alargar la historia demasiado, el final es que mi hermana acabó falleciendo. Los médicos nunca supieron a qué eran debidas esas fiebres tan altas, y no pudieron hacer nada por ella. Mi madre me contó —años después— que a mi hermana la vieron más de 20 médicos, venidos de muchas partes, pero nada fue suficiente, ninguno sabía qué extraña enfermedad podría estar sufriendo.
Imagínate la crueldad del asunto. Yo estaba viviendo entonces mi primer gran viaje de mi corta vida, que por contra, resultó ser el viaje más amargo de la vida de mis padres. Por eso ellos estaban tan tristes y tan ausentes de esta historia que te he contado. Ellos procuraron que yo me mantuviera al margen de todo lo que sucedía. No querían que yo también sufriera por su dolor. Con los años entendí lo difícil que tuvo que ser la situación para todos en la familia, sobre todo para mis padres. Y por eso Gloria, amiga de la familia, estaba conmigo todos los días y me sacaba a dar largos paseos, que es lo que con más cariño recuerdo, aparte de lo que ya he contado de Vicentita. Ellas dos y mi abuela siempre estaban sonrientes conmigo, pendientes de mí, a pesar de las tristes circunstancias.
Recuerdo de camino de vuelta a Ibiza, a mis padres destrozados, diciéndome que mi hermana estaba en el cielo. Porque claro, yo preguntaba todo y no sabía por qué mi hermana no volvía con nosotros. Era muy pequeño y no era consciente de la gravedad de lo que había pasado.
Mi madre estuvo meses llorando y en ocasiones se desmayaba la pobre, del mal trago por el que la vida le hizo pasar. A día de hoy, después de pasados más de 50 años en que ocurrieron estos hechos, le he preguntado detalles acerca de este viaje…pero ella no quiere recordar lo que vivió en esos días. Y yo la entiendo.
Fin del viaje.
Gracias por leerme.
Gracias por estar. ❤️
🍀 Si te ha gustado esta historia, por favor, pulsa el corazoncito rojo. Me ayudará a saber que te ha gustado.
🍀 Si eres más de poesía, quizá te guste mi sección dedicada, en ella iré archivando regularmente poemas que vaya escribiendo o incluyendo de otros autores.
🍀 Valoro mucho tu opinión. Déjame un comentario, si te apetece. Estaré encantado de responderte.
🍀 Si quieres leer más contenido mío, accede al archivo completo, donde permanece el registro de todas las publicaciones que escribo.
Tu relato sobre Santiago de Compostela es conmovedor.
Me has transportado a través de tus ojos infantiles por las calles empedradas y los soportales de la ciudad. Cada detalle, desde los paraguas hasta la majestuosidad de la catedral y el emocionante vuelo del botafumeiro, todo suena como un viaje inolvidable. A pesar de la tristeza que lo envolvía todo, encontraste momentos de alegría y asombro en Santiago.
Yo quería hacer algún día el camino de Santiago, que la experiencia ha de ser igualmente memorable.
¡Gracias por sincerarte y contarnos esta historia personal!