La belleza de la vida y la importancia del presente.
Una reflexión sobre la infancia y la adultez.
«Lo que más asombra a los hombres grises no es que Momo no tuviera reloj y no supiera la hora exacta, sino que no tuviera ninguna necesidad de saberla. Porque Momo tenía tiempo. Y ella lo tenía precisamente porque no le preocupaba en absoluto.»
Michael Ende. Momo.
Recuerda esos días en los que el tiempo parecía detenerse, cuando cada momento era una aventura y cada rincón del mundo escondía un secreto. Piensa en esos días de infancia donde la mayor preocupación era decidir a qué juego jugar en el parque o qué helado elegir. Las horas se estiraban como una goma elástica, permitiéndote saborear cada instante con una intensidad que ahora parece lejana y casi irreal.
De niño, tus ojos eran una ventana abierta a la maravilla. Veías magia en las pequeñas cosas: una mariposa revoloteando, el sonido de la lluvia golpeando en el tejado, el crujir de las hojas bajo tus pies en otoño. Cada sensación era nueva y fascinante. No existía el concepto de prisa, de horarios apretados o de listas interminables de tareas. Cada día era una oportunidad para descubrir algo hermoso y diferente, algo único.
Pero si te pregunto, ¿qué ha pasado desde entonces?, pues probablemente tú me dirás que has crecido, que ya eres adulto y que con ello, han venido las responsabilidades, las metas y las expectativas. El tiempo, que antes parecía infinito, ahora se ha convertido en un recurso escaso y preciado. Te has acostumbrado a vivir con el ritmo frenético de la vida adulta, donde cada minuto cuenta y cada día es una carrera contra el reloj. Despertar, trabajar, cumplir con tus obligaciones, todo en un ciclo repetitivo que deja poco espacio a la imaginación o la contemplación, o para disfrutar realmente de las cosas. Probablemente te hayas convertido en un experto o experta en multitarea, en optimizar tu tiempo, en cumplir con plazos. Sin embargo, en este torbellino de actividad has perdido algo esencial: has perdido la capacidad de maravillarte con lo simple, de disfrutar de la lentitud, de apreciar la belleza en tu entorno y en lo cotidiano.
Imagínate por un momento volver a ver el mundo con los ojos de un niño. ¿Cómo sería despertar sin la presión del reloj, sin la necesidad de correr de un lado a otro? ¿Cómo se sentiría detenerse a escuchar el canto de los pájaros, a sentir el viento en tu rostro, a mirar el cielo estrellado sin pensar en lo que viene después? Esta perspectiva infantil no es una fantasía inalcanzable; es una forma de vivir que todos podemos recuperar si aprendemos a desacelerar y a vivir en el presente.
Yo lo hago desde hace 6 años. Y me ha cambiado la vida.
Vivir el presente. La importancia del aquí y el ahora.
Esa sensación de paz y de tranquilidad que tiene el momento presente, los niños y los animales nos lo enseñan todos los días. El problema es que no lo vemos. Para ellos la vida no es una serie de preocupaciones de lo que ya vivimos o de lo que viviremos, sino que es más una colección de momentos por vivir en el presente. Nos recuerdan que la verdadera felicidad no se encuentra en el pasado ni en el futuro, sino en el aquí.
Esta conexión profunda con el presente es un regalo, uno que los adultos a menudo hemos perdido en medio de nuestras preocupaciones y deberes. Vivimos recordando el pasado o anticipando el futuro, y en esa vorágine de pensamientos nos hemos olvidado de lo que realmente importa: el ahora.
Te voy a contar algo que si tienes o has tenido perro, seguro que has vivido. Observa a tu perro cuando llegas a casa. Lo contento que se pone. Cómo te saluda. Llevas todo el día fuera y él te recibe efusivamente. Meneando la cola como si no hubiera un mañana. Acarícialo, estate un rato con él hasta que se calme. Vete de casa de nuevo, no sé, a tirar la basura por ejemplo o a comprar a la tienda de la esquina, algo que implique estar fuera unos minutos. Cuando vuelves a entrar por la puerta, tu perro vuelve a saludarte efusivamente, como si llevara tooooodo el día sin verte, con las mismas ganas, con la misma ilusión de verte. A eso es a lo que voy. Tu perro «disfruta el momento presente de saludarte» y le da ya igual si hace unos minutos te había saludado. No te guarda rencores por haberlo dejado en casa de nuevo, ni anhela lo que podría ser.
Los niños también viven su mundo en una sinfonía de momentos presentes, una sucesión de instantes que se disfrutan con una intensidad pura y desbordante.
«Todas las personas mayores fueron al principio niños (aunque pocas de ellas lo recuerdan).»
Antoine de Saint-Exupéry. El Principito.
En efecto, todos fuimos niños alguna vez, con la capacidad innata de maravillarnos y de vivir el presente. La vida, con todas sus complejidades y desafíos, sigue ofreciéndonos momentos de pura belleza.
Piénsalo. Es cuestión de elección. Es la magia también de ser adulto, que podemos escoger lo que queremos y cómo lo queremos…
¿Entonces? ¿Por qué no lo sigues haciendo? ¿Por qué no escoges tener tus momentos desde la perspectiva de un niño?
Reflexión
Te invito a reflexionar y a hacer un esfuerzo consciente por frenar el ritmo. Tómate un momento cada día para observar, para sentir, para estar presente. Redescubre el mundo con la curiosidad y la alegría de un niño. Porque al final, la verdadera riqueza no está en todo lo que logramos hacer, sino en la capacidad de encontrar belleza en los pequeños detalles y de vivir cada instante con plenitud.
Y no te estoy hablando de dejar de lado la vida de adulto. No pretendo que la solución sea dejar de lado nuestras responsabilidades. Más bien se trata de compaginar ambas cosas. De relativizarlas. De aprender que la vida se puede vivir de otra manera. Un amanecer, la sonrisa de un ser querido, el aroma del café recién hecho, el abrazo de un amigo. Son estos pequeños placeres los que añaden color y valor a nuestros días y nos recuerdan que, a pesar del estrés y las obligaciones, la vida sigue siendo maravillosa.
Así que, la próxima vez que te sientas atrapado o atrapada en la rutina y las prisas, en los quehaceres diarios, respira hondo y profundo, mira a tu alrededor y permite que la simplicidad de la vida te envuelva. VIVE EL PRESENTE. Deja que el tiempo fluya, pero que fluya disfrutando de él. Redescubre la belleza que siempre ha estado ahí, esperando a ser vista, esperando a ser vivida.
Inspiración
A veces las reflexiones llaman a más reflexiones. Es una de las cosas bonitas que tiene la vida (y Substack también), que te replanteas siempre cómo decides vivirla.
Es de recibo que mencione aquí a
ya que fue a través de una publicación suya lo que hizo que yo pensara en esto que te he escrito hoy. Ella se preguntaba si al ir cumpliendo años seguiría sintiendo ilusión y hablaba de un viejo cansado y decepcionado dentro de nosotros mismos que intenta hacerse oír. Fue el 8 de julio, y puedes leerla aquí:Claudia nunca decepciona. Yo espero haber dado otra perspectiva a la adultez y al hecho de que es elección nuestra, y sólo nuestra, el cómo queremos vivirla.
Gracias por leerme.
Gracias por estar. ❤️
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Es tan cierto todo lo que dices, Jaime.
Yo también aprendí (alguien me lo tuvo que enseñar, por supuesto) a vivir en el hoy, en el ahora. Por eso disfruto de mi desayuno tranquilo cada mañana (me tengo que levantar antes, por supuesto, pero ese momento de respirar merece la pena). De camino al trabajo disfruto de observar la naturaleza: árboles, plantas, nubes y sonrío al descubrir nuevas flores en el camino (eso sin estar en el campo, solo al caminar por las calles). Y, al llegar, la locura de cada día, las prisas, los “tengo que hacer”… pero es diferente, ya he respirado.
Por las noches también tengo momentos de lectura y relax. La vida se vive mejor ♥️
Creo que esa fue una de las razones por las que me vine a vivir a un pueblo. Nada de ruidos, de voces, de luces a deshora. Y la posibilidad de disfrutar de paseos por la naturaleza y de un ritmo de vida tranquilo a diferencia de lo vivido en mi oficina… 6 años después, no volvería a vivir en una ciudad grande. Mi calidad de vida ha aumentado y no me arrepiento del cambio..