«Si deseas progresar, confórmate en parecer ignorante y tonto en las cosas externas; no busques ser admirado. Confía solo en ti mismo y en la aprobación interna que nace de vivir según la razón y la virtud.»
— Epicteto (Enquiridión, capítulo XIII)
Últimamente —debido a algunas experiencias vividas en mi entorno laboral— he estado pensando mucho en la autoestima y en cómo a menudo la confundimos con algo externo, efímero y dependiente de la mirada de los demás. La autoestima, en realidad, tiene mucho más que ver con una introspección serena y honesta, con la capacidad de aceptarnos sin necesitar la aprobación constante del mundo que nos rodea.
Vivimos rodeados de espejismos que nos invitan a creer que nuestro valor depende de lo que otros piensan, dicen o sienten acerca de nosotros. Sin embargo, la verdadera autoestima radica precisamente en lo contrario: en mantener una relación auténtica y tolerante con nosotros mismos, en reconocer y aceptar tanto nuestras virtudes evidentes como esas imperfecciones silenciosas que solo nosotros conocemos en profundidad.
«¿Te preocupa lo que otros piensen de ti? Mira dentro de ti mismo. Allí está la fuente del bien que siempre mana si la excavas continuamente.»
— Marco Aurelio (Meditaciones, libro VII, 59).
Es curioso notar cómo, paradójicamente, muchas personas admiradas socialmente por sus cualidades sobresalientes —belleza, inteligencia, talento o carisma— pueden ocultar una fragilidad sorprendente en su autoestima. La explicación está en que, desde temprana edad, han aprendido a depender de la validación ajena para medir su valor personal. Al hacerlo, se vuelven vulnerables, pues en el instante en que cesa ese flujo constante de aprobación, aparece inevitablemente el vacío existencial.
Esto sucede claramente en figuras públicas, artistas, deportistas y personalidades destacadas que, tras recibir aplausos efusivos, regresan a la soledad y el silencio de su espacio privado, experimentando así una profunda sensación de aislamiento. La dependencia del reconocimiento externo alimenta al ego, no a la autoestima. El ego, inseguro por naturaleza, vive temiendo perder atención, enfrentarse a la indiferencia o ser olvidado.
En la vida moderna, evitar ese vacío existencial implica desarrollar inteligencia emocional —reconocer nuestras emociones sin dejar que nos dominen— y no atar nuestra felicidad a consumos o relaciones tóxicas. Por ejemplo, en lugar de desesperarnos por la incertidumbre económica o la opinión de desconocidos en redes sociales, podemos concentrarnos en lo que sí controlamos: nuestras reacciones, decisiones y actitud. Séneca nos diría que no vale la pena «vivir pendiente de ajenos pareceres», porque eso nos fatiga y nos distrae de nuestro propio camino. Aplicado hoy, podríamos limitar el tiempo dedicado a comparar nuestra vida con la de otros e invertirlo en nuestro desarrollo personal. También supone aprender a estar a solas con uno mismo —desconectando del ruido externo para reflexionar o meditar— tal como el propio Séneca sugería hacer un examen de conciencia diario. Esto refuerza la idea de que nuestra paz interior no debe depender del entorno, sino de una mente bien cultivada.
La auténtica autoestima, es serena, introspectiva y radicalmente independiente de los éxitos visibles o los aplausos efímeros. No requiere validación externa constante, sino que surge del autoconocimiento sincero, de la aceptación honesta de lo que somos en esencia. Al fin y al cabo, no se puede amar verdaderamente lo que no se conoce; no se puede querer a alguien que no conoces, aunque ese alguien seas tú mismo. Ese autoconocimiento profundo es, precisamente, el primer paso hacia una autoestima genuina y perdurable.
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"La auténtica autoestima, es serena, introspectiva y radicalmente independiente de los éxitos visibles o los aplausos efímeros."
Radicalmente independiente, es precioso.
Gracias.
Silvana Pastor
Tu reflexión sobre la autoestima plantea un enfoque interesante sobre la diferencia entre la validación externa y la auténtica seguridad interior. Coincido en que vivimos en una sociedad que nos educa en la necesidad de ser reconocidos, y a menudo confundimos la autoestima con una construcción frágil que depende de la mirada ajena. Sin embargo, me surge una pregunta: ¿hasta qué punto la autoestima puede ser completamente independiente del entorno?
Si bien la filosofía estoica nos invita a encontrar la fortaleza dentro de nosotros mismos, también somos seres relacionales, y nuestro desarrollo identitario se nutre del diálogo con el mundo. La cuestión quizás no sea solo evitar la dependencia del juicio ajeno, sino aprender a filtrar las influencias, discerniendo cuáles alimentan nuestro crecimiento y cuáles nos encadenan a expectativas vacías.
Además, me parece interesante el matiz que introduces sobre la relación entre el ego y la autoestima. Podría decirse que el ego busca la aprobación para sostenerse, mientras que la autoestima se construye en la aceptación de nuestra vulnerabilidad. Sin embargo, incluso el reconocimiento externo, cuando es genuino y no un mero combustible para el ego, puede ser una brújula en nuestro camino de autoconocimiento.
En definitiva, tu texto invita a una introspección necesaria en tiempos donde la identidad parece tan condicionada por métricas externas. Me deja pensando en la sutil frontera entre la independencia emocional y la necesidad humana de conexión. Quizás, más que renunciar a toda validación, el reto sea encontrar un equilibrio entre el mundo interior y el reflejo que nos devuelve el otro.