Situémonos en el año 1994. Muchas cosas estaban pasando en aquella época, tecnológicamente hablando. Y como siempre, no éramos conscientes de lo que estábamos viviendo. Si. Eran otros tiempos. Tiempos de hace 30 años. Pero tiempos muy emocionantes, vibrantes e importantes.
En 1994 en España las personas empezábamos a tener acceso a los teléfonos móviles de la mano de Telefónica, que hacía unos meses atrás, en junio de 1993, lanzó su división Moviline (la “antesala” de Movistar) y con ella una serie de ofertas interesantes para que cualquiera pudiera hacerse con un teléfono móvil. Cuando digo “cualquiera” me refiero a comunes mortales, como yo, sin grandes fortunas, con trabajos normales, sin necesidad de ser rico y sin gastarse una millonada en ello.
Recuerdo que ya hacía tiempo se veían en los coches de lujo (Mercedes, Jaguars, BMWs) teléfonos instalados que eran del tamaño de un ladrillo. A finales de los años 80 era raro que los ricos de la época no fardaran de su coche caro con teléfono instalado, y alguno vi yo alardeando de ello. Recordemos que un teléfono instalado en un coche, en aquel entonces, tenía un precio cercano al millón de pesetas. Pero es que el coche podía costar entre 15 y 20 millones de pesetas. En aquel momento pocos pensaban que en apenas 8-10 años todos tendríamos nuestro propio móvil colgado del cinturón.
Y si, digo bien. Colgado del cinturón. Muchos empezamos a andar por la calle con móviles del tamaño de medio zapato. Fue muy divertido. Ibas caminando por la calle y no podías evitar fijarte en las cinturas de las personas con las que te cruzabas para ver si ya tenían su teléfono particular.
En las cafeterías surgían las conversaciones entre amigos acerca de la novedad y era curioso, echando la vista atrás, como en aquel entonces la gran mayoría cuestionaba la necesidad de tener que llevar a todas partes un teléfono a cuestas, y menos colgado de la cintura… pero claro, ¡es que era imposible llevarlo metido en el bolsillo!
Los comentarios típicos eran del estilo: “qué descarado, eso es para hacerse el importante”, “qué necesidad… ni que tuviera que estar localizable a todas horas”, “se cree Bill Gates” … …
En ese año, recordemos, 1994, yo tenía 22 añitos (quién los pillara) y recuerdo con nostalgia ir al banco a informarme acerca de la posibilidad de hacerme con un Motorola MicroTac que el mismo banco “regalaba” a cambio de ingresar mi nómina.
Me costó tomar la decisión. Yo siempre fui muy adelantado en temas de tecnología, siempre he querido estar a la última y probar todo aquello que de entrada suena a futuro, pero mi entorno siempre fue más reservado. Repito, eran otros tiempos. Ahora todo se normaliza más.
El caso es que el banco me dio todas las facilidades y yo me tiré a la piscina. Recuerdo salir del banco con la caja de zapatos y con la misma emoción que un niño saliendo de una tienda de juguetes. Pero con muchas dudas. Muchas paranoias.
¿Me atreveré a llevarlo por la calle? ¿Lo usaré solo en casa? ¿Se lo digo a los colegas?
La situación era entre divertida y emocionante. Recuerdo coger el teléfono con la mano izquierda y con la derecha desplegar la antena y abrir la tapa para acceder al teclado. ¡Joder! ¡Qué pasada! ¡Ahora puedo llamar desde cualquier parte!
Primera llamada a mis padres, la que más ilusión me hizo:
Lo coge mi madre:
— Os estoy llamando desde mi nuevo móvil.
— ¿Te has comprado un móvil? ¿Con qué dinero? ¿Estás loco?
— No te enfaaaades… Ahora podrás llamarme siempre que quieras. —Le dije yo, sin tener en cuenta lo que eso significaba.
Mi madre, como siempre cauta, no tenía idea de su precio, pero sabía que era algo caro por su novedad. No recuerdo bien el precio del teléfono, pero sí recuerdo que eran como 2 o 3 sueldos de la época. Entonces yo tenía un sueldo de 100.000 pesetas. El teléfono debía costar alrededor de las 250.000 pesetas, que era mucho más de lo que costaba una buena lavadora o nevera de la época. Pero el banco facilitaba mucho la compra, porque ya por el hecho de comprometerte a ingresar la nómina durante 1 año te lo daba a mitad de precio y pagando una cómoda cuota al mes durante no sé cuántos meses de compromiso. No era mala oferta en absoluto.
Llevar un teléfono móvil a cuestas se veía como algo innecesario, propio de profesionales que tuvieran que estar localizables a todas horas.
La primera reacción de mis padres fue la de que me estaba gastando el dinero en algo que no necesitaba, aunque en pocas semanas para ellos fue un alivio en cierto modo. Yo me había independizado a los 19 años, después de salir de la mili (eso da para otra historia) y cuando mi madre vio que me podía llamar a cualquier hora para saber cómo estaba su hijo, no volvió a decirme nunca más que había hecho mal en comprarme el teléfono.
Hazte cargo de la situación… estamos hablando de hace 30 años. Hoy en día ves a alguien por la calle con unas Apple Vision Pro puestas (que son la novedad) y muchos pensamos que no hay necesidad de ir así por la calle. Hoy estamos acostumbrados a la tecnología. Pues imagínate en el 94, un chaval de 22 años, con teléfono móvil por la calle.
Y ahí me tenías a mí. Con la duda de qué hacer con el dichoso teléfono. Como un niño con juguete nuevo y pensando cómo iba a “actuar” delante de la gente cuando me vieran con el teléfono por la calle. Pero claro, ¿cómo iba a llevarlo?. No era cuestión de ir con él todo el rato en la mano. Eso ahora es normal, pero entonces era una movida porque era un teléfono aparatoso y no existían las tiendas online donde comprar “al toque”. Recuerdo que ya pensaba en irme al Corte Inglés más cercano (en mi caso a 90 km.) para ver si en la sección de ordenadores ya tenían cosas o accesorios para teléfonos móviles. ¡Necesitaba una funda ya!
Decidí esperar unos días. Compañeros de curro y amigos ya estaban hablando de la famosa oferta del banco. Todos en aquel momento nos preguntábamos unos a otros para ver quién tenía la intención de hacerse con uno. Lo que ellos no sabían es que yo ya tenía uno en mi casa.
Recuerdo decirles: “yo creo que me lo voy a comprar”. Y ellos me miraban incrédulos pensando en si lo estaba diciendo en serio o de coña.
Ahora me parece raro todo esto. Realmente éramos muy inocentones en aquella época. Llevar un teléfono móvil a cuestas se veía como algo innecesario, propio de profesionales que tuvieran que estar localizables a todas horas, como cirujanos, médicos de guardia, cuerpos de seguridad, etc… pero en ningún momento para alguien con una profesión normal. Incluso recuerdo escuchar algún comentario despectivo como “¡Mira! ¡Por ahí va el Ministro de Ciencia y Tecnología!” 😂
Eso sí. Tengo un recuerdo imborrable: el de mi querida abuela. Ella no entendía bien para qué necesitaba su nieto un móvil, pero estaba encantada de poder hablar conmigo siempre que marcaba mi número, probablemente animada por mi padre que hablaba con ella casi todos los días. Un bonito recuerdo que conservo gracias a aquel Motorola MicroTac, maravilloso artilugio, del tamaño de un pequeño ladrillo, que me dio libertad y me permitió hablar con los míos desde cualquier lugar y sin estar atado a ningún horario.
Viva la tecnología.
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Yo tenía 19 y lo viví igual. En mi grupo Nos reíamos del que lo llevaba. "Compra, compra, vende" le decíamos al pasar, haciendo risa de los que trabajan en Bolsa. Y aquí estoy hoy, pegada a esto que algunos días me pone enferma jajaja.