Capítulo 1: El Poema Inesperado
El sol se ponía lentamente sobre el horizonte griego, marcando largas sombras sobre las piedras milenarias que cubrían el suelo del sitio arqueológico. Sofia se detuvo por un momento y se limpió el sudor de la frente. Las horas trabajando bajo el calor agobiante le recordaban por qué había elegido la vida académica por encima de las aventuras del trabajo de campo. Sin embargo, había algo casi mágico en estar allí, en ese lugar, en medio de unas ruinas que habían sido testigo del paso de los siglos y de civilizaciones enteras que surgieron y desaparecieron.
Esa mañana, su equipo había encontrado algo inusual: un conjunto de pergaminos sorprendentemente bien conservados en una urna de arcilla enterrada cerca de lo que, alguna vez, pareció ser una biblioteca. Sofia, una apasionada de la literatura griega antigua —y experta traductora—, tomó uno de los pergaminos para estudiarlo más a fondo. En ese momento no pudo imaginar lo que estaba a punto de vivir, lo que descubriría esa noche a solas, en su pequeña cabaña.
Sentada frente a la lámpara de escritorio, desdobló con delicadeza el antiguo manuscrito. El griego antiguo fluía ante sus ojos con una claridad asombrosa, que la tomó por sorpresa, como si aquellas palabras hubieran sido escritas para ella.
Las primeras líneas captaron su atención:
«Para la mujer cuyo rostro ilumina el sendero entre las estrellas, mi verso perdido en el eco del viento que nunca cesa.»
Sofia leyó en voz baja. El poema era hermoso, una oda cargada de melancolía, dedicada a una mujer que parecía existir solo en los sueños del poeta. Sofia continuó leyendo, inmersa en cada palabra.
«Tu presencia inasible, un destello, como la luna que se oculta tras el velo de la noche. Mi pluma, testigo de un amor que jamás podrá ser.»
Al terminar, cerró los ojos por un momento. Algo en el tono, en la precisión de las descripciones, la inquietaba. A lo largo de su carrera había estudiado miles de textos antiguos, pero este era diferente. Algo en su interior la empujaba a leerlo una vez más. Y lo hizo. Pero esta vez, algo había cambiado.
Al volver a pasar la vista sobre las primeras líneas, una estrofa que antes no estaba allí apareció frente a ella.
«Siento tu mirada perdida en las piedras del ayer, ¿será que mis versos te alcanzan, o acaso también se desvanecen en las arenas del tiempo?»
Sofia retrocedió, asombrada. Miró el pergamino con incredulidad, tratando de entender lo que acababa de ocurrir. ¿Acaso estaba imaginando cosas? ¿Cómo era posible que un texto antiguo cambiara ante sus ojos?
Confundida, decidió hacer una prueba. Sacó su cuaderno de notas y, con mano firme, escribió:
—¿Quién eres?
Dejó el cuaderno a un lado y miró el pergamino, casi esperando a que algo sucediera. Pero nada cambió. Respiró aliviada. Por supuesto, todo había sido producto de su imaginación o cansancio. Riéndose por lo absurdo de la situación, decidió irse a dormir.
Sin embargo, en medio de la noche, Sofia se despertó varias veces. No lograba conciliar el sueño pensando en el pergamino, que parecía llamarla desde su escritorio. ¿Habría aparecido algún texto escrito? Se levantó, encendió la lámpara de nuevo, y sus ojos se dirigieron directamente al pergamino, que ahora contenía un nuevo verso escrito en el mismo griego antiguo:
«Soy Amaranto, condenado a escribir para una mujer que no puede existir.»
El corazón se le paró. No podía ser. ¿Estaba soñando? En su mente se entremezclaron el miedo y la curiosidad a partes iguales, mientras sus dedos rozaban las palabras que no estaban allí antes. Amaranto. No reconocía el nombre, pero algo en él la conmovió profundamente. Esas palabras viajaban desde algún lugar, más allá del tiempo y el espacio.
Capítulo 2: Versos Inmortales
Durante los días siguientes, Sofia no podía apartar de su mente el extraño suceso que había vivido con el pergamino. Cada noche, al regresar de las excavaciones, encendía la lámpara en su escritorio y desplegaba el frágil manuscrito, esperando encontrar algo nuevo, con una mezcla de ansiedad y expectación. Los versos de Amaranto aparecían al ritmo de sus pensamientos, respondiendo a preguntas que ni siquiera ella había formulado en voz alta.
Una noche, Sofia decidió hacer algo más. Sentía que no bastaba con recibir los versos; quería, de alguna manera, devolverle una respuesta más elaborada. Pero se resistía a creer eso que estaba sucediendo. Una vez más, hizo una pregunta escueta:
—Amaranto, ¿cómo es posible que podamos comunicarnos?
Dejó el cuaderno junto al pergamino y se recostó en su silla, observando la página antigua, en busca de una señal. Los minutos parecían ser eternos, hasta que, casi como un susurro, los versos comenzaron a aparecer lentamente en el pergamino:
«Los dioses, en su capricho eterno, juegan con las almas de los hombres. Ellos son los guardianes del tiempo y a veces, en su aburrimiento, permiten que el viento del destino susurre secretos entre épocas distantes.»
Sofia leyó cada palabra con una mezcla de asombro y desconcierto. La idea de que los dioses estuvieran detrás de todo aquello, aunque irracional desde una perspectiva científica, la cautivaba. Por primera vez en su vida, se permitía creer en lo imposible. No había otra explicación lógica. No, cuando un poeta de hace dos mil años respondía directamente a sus preguntas.
Esa misma noche, Sofia continuó la conversación. Sentía que debía corresponderle. Tal como había pensado, pensó en elaborar más sus mensajes y en un arrebato de emociones que no podía explicar, tomó su cuaderno, y comenzó a escribir versos. Nunca había escrito poesía, pero en ese momento, tenía los sentimientos a flor de piel y las palabras fluyeron como si fueran dictadas desde el fondo de su alma:
«Tú que habitas en los ecos de un pasado que no puedo tocar, ¿acaso sientes mi presencia a través del tiempo? Mi nombre es Sophia, y te siento entre estas paredes, percibo tus palabras, claras como el agua, como si nuestros corazones compartieran el mismo latido, a pesar de la distancia.»
Sofia escribió, sintiendo que los versos eran una especie de confesión silenciosa, un reflejo de los sentimientos que comenzaban a nacer dentro de ella. Colocó su cuaderno junto al pergamino, esperando. En breves instantes, como si Amaranto hubiera estado escuchando, las palabras de respuesta aparecieron.
«Tu mano, aunque invisible, me ha tocado el alma. La distancia es un velo tenue, y en este instante, es como si camináramos juntos bajo el mismo cielo. Mis palabras son todo lo que tengo, mi único puente hacia ti.»
Los versos de ambos se convirtieron en un diálogo continuo. Sofia se encontraba esperando ansiosa esos momentos del día, cuando su cuaderno y el pergamino parecían abrir una puerta entre dos mundos separados por tantos siglos. Cada vez que Sofia escribía, sus versos se volvían más profundos, más íntimos. Por suerte, todavía había pergamino en blanco, lo abrió al completo para asegurarse, enrollando la parte ya escrita en sus varillas de marfil.
«Te siento, aunque nunca te haya visto, y es extraño amar sin mirar. Pero en tus palabras veo un reflejo, como si siempre te hubiera conocido. ¿Podrá alguna vez el tiempo ser amable y permitirnos estar juntos?»
Las respuestas de Amaranto, siempre cargadas de melancolía, reflejaban la misma añoranza.
«El tiempo es un amo cruel, nos da el amor y nos lo arrebata. Pero mientras estos versos fluyan, siempre serás mi eternidad.»
A cada noche, el vínculo entre ellos se hacía más fuerte. Aunque Sofia vivía en el siglo XXI y Amaranto en el I d.C., sus corazones latían al unísono. Sentía una conexión que nunca había experimentado con nadie más. Era como si, a través de los versos, pudieran entenderse más allá de las palabras, más allá del tiempo mismo.
Sin embargo, no todo era luz en sus intercambios. Había algo en el tono de los últimos poemas de Amaranto que comenzó a inquietarla. Aunque sus palabras seguían siendo apasionadas, había una sombra que se cernía sobre cada verso, una sensación de urgencia. Sofia no podía evitar preguntarse si la conexión que compartían estaba bajo alguna amenaza.
Una de las noches, algo contrariada, Sofia decidió preguntarle directamente:
—Amaranto, ¿por qué siento que esta conexión se está desvaneciendo? ¿Es nuestro tiempo juntos limitado?
El pergamino permaneció en silencio por unos minutos interminables, y luego, lentamente, aparecieron las palabras:
«Nada en el mundo de los hombres es eterno. Los hilos que tejen el destino son frágiles, como las alas de una mariposa. Nuestro tiempo juntos es un regalo, pero los dioses también son crueles. Pronto, la puerta entre nuestros mundos se cerrará para siempre, me temo.»
Sofia sintió un vacío que se formaba en su pecho, como si le arrancaran el corazón. Sabía que lo que Amaranto decía era verdad. Por alguna razón, los dioses o las fuerzas del universo les habían permitido este encuentro imposible, pero nada dura por siempre. Sin embargo, cuanto más hablaban, más fuerte sentía Sofia el deseo de romper las reglas del tiempo, de encontrar alguna manera de estar realmente juntos.
Capítulo 3: Los Hilos del Destino
Sofia no podía dejar de pensar en las últimas palabras de Amaranto. La conexión entre ellos, tan bella, tan frágil y misteriosa, estaba bajo amenaza. Cada día que pasaba, el miedo de perderlo crecía en su interior. ¿Qué significaba eso de que «la puerta entre nuestros mundos» se cerraría? ¿Y por qué los dioses, o cualquier fuerza detrás de esto, les habían permitido encontrarse para ahora arrebatarles lo que habían descubierto?
Sofia se sentó frente al pergamino con el corazón acelerado. Las respuestas que le daba Amaranto eran hermosas, pero no le bastaban. No podía simplemente aceptar que su tiempo juntos era limitado. Necesitaba saber si había forma alguna de prolongar esa conexión, de evitar que la puerta entre sus mundos se cerrara para siempre.
Tomando su cuaderno, escribió con decisión:
«Amaranto, si los dioses nos dieron este regalo, ¿es posible cambiar su voluntad? ¿Hay alguna forma de desafiar el destino? No puedo aceptar que el tiempo que ahora compartimos, deba terminar tan pronto. Dime que hay una manera, amor mío, aunque sea un solo rayo de esperanza.»
Pasaron unos minutos antes de que la tinta comenzara a fluir nuevamente en el pergamino, como si Amaranto estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras. Notó una pausa, larga, entre la primera y segunda estrofa.
«El tiempo es un río que fluye sin cesar, y nosotros somos solo hojas arrastradas por su corriente. Los dioses juegan con los hilos del destino, y su voluntad rara vez puede ser cambiada... Pero, tal vez, podamos encontrar el origen de este don, podríamos aprender cómo usarlo a nuestro favor. Busca entre las estrellas, amada Sophia. Ahí se encuentran las respuestas.»
Sofia leyó los versos una y otra vez. Las estrellas. Siempre había algo poético y profundo en la idea de que el destino está escrito en los cielos, pero ahora Amaranto la estaba guiando hacia una pista concreta. Decidió que no podía quedarse de brazos cruzados. Si había algo en el cielo o en el mismísimo universo que explicara esta conexión temporal, sabía que tenía que encontrarlo.
A la mañana siguiente, dejó a un lado sus tareas habituales en el sitio arqueológico y comenzó a investigar de forma obsesiva. Recurrió a libros antiguos, a mitologías olvidadas, y a mapas celestes que llevaban milenios observando los cielos. Para su sorpresa, se topó con una antigua leyenda griega que decía que cada dos mil años, en los primeros días de septiembre, los astros se alineaban de una manera especial, llamada Gran Conjunción. Los planetas Júpiter y Saturno se alinearán en el cielo, vistos desde La Tierra, abriendo breves portales entre diferentes épocas. La leyenda tenía el nombre de «Los Pilares del Tiempo». Al parecer el último registro de esta conjunción fue en el décimo año del reinado de Tiberio, lo que para Sofia correspondía con el año 24 d.C. del siglo I. ¡Y era la época de Amaranto!
Esa noche, ilusionada, Sofia escribió de nuevo a su amado, llena de excitación y esperanza.
«He encontrado una pista ilusionante. Una antigua leyenda habla de una conjunción entre los planetas Júpiter y Saturno, se alinearán en el cielo de cierta manera, y abrirán caminos entre el pasado y el presente. Amor mío, si esta alineación ocurre de nuevo, ¿podríamos encontrarnos en tu época o en la mía? ¿Podríamos romper las barreras del tiempo?»
La respuesta llegó más rápido de lo que esperaba:
«Las estrellas son las llaves del universo, y tú has encontrado una puerta. Si esa alineación se repite, tal vez podamos cruzar el umbral. Pero hemos de ser cautos, Sophia, porque el precio de desafiar el tiempo es alto, y no sé si nuestros corazones podrán soportar lo que está por venir.»
Las palabras de Amaranto, aunque llenas de advertencia, encendieron una llama de esperanza en Sofia. Si existía una oportunidad, por pequeña que fuera, ella estaba dispuesta a tomar el riesgo. Sus sentimientos por Amaranto habían crecido más allá de lo que nunca imaginó. Él ya no era solo un poeta antiguo atrapado en un tiempo distante; era alguien con quien compartía una conexión tan profunda que le era imposible de explicar.
Los días siguientes, Sofia siguió investigando hasta encontrar una respuesta concreta. Descubrió que la próxima alineación estelar ocurriría en tan solo una semana. Era un evento nuevo para ellos, pero el momento que estaban viviendo merecía la pena. Ambos se sabían en ubicaciones próximas, y debían asegurarse de estar en el mismo sitio en el momento justo de la conjunción planetaria. Decidió que debían ubicarse a las afueras de la biblioteca, donde había espacio suficiente, bajo el cielo abierto; en el sitio arqueológico donde todo había comenzado.
Esa noche, se lo contó a Amaranto en versos llenos de pasión y determinación.
«Amaranto, el tiempo se alinea para nosotros.
Bajo las mismas estrellas que vieron nacer tus versos,
me colocaré a las afueras de la biblioteca.
Si hay un precio que pagar, lo haré.
Quiero verte, aunque sea solo una vez,
y que nuestro amor colisione en un suspiro eterno.»
La respuesta de Amaranto fue breve, pero cargada de emoción.
«Amada Sophia, mi corazón late con el tuyo. No sé si los dioses serán benevolentes, pero si hay una oportunidad de sentirte cerca, por supuesto, la tomaré con gusto. Esta noche, en las puertas de la biblioteca esperaré. Bajo la luz de las estrellas nos encontraremos.»
Sofia supo, en ese instante, que no había marcha atrás. Había algo en los versos de Amaranto que le hizo sentir que este era su destino. Tal vez todo su trabajo, toda su vida, había sido una preparación para este momento. Quién sabe.
Finalmente, la noche llegó. Sofia, con el pergamino y su cuaderno en la mano, se sentó en una gran roca bajo el cielo despejado. Estaba a pocos metros de la biblioteca. Las estrellas brillaban intensamente sobre ella, el cielo era de color negro azulado intenso, podía apreciar la vía láctea cruzar de lado a lado. Eran las doce, y el tiempo parecía que iba a detenerse…
Capítulo 4: Bajo las Estrellas
El lugar estaba en completo silencio, excepto por el suave susurro del viento que parecía arrastrar consigo antiguos secretos. Sofia miraba el cielo nocturno, su cuaderno en una mano y el pergamino en la otra. Las estrellas brillaban por momentos más intensamente, bombeaban luz, como si cada una de ellas estuviera alineándose con un propósito más grande o más antiguo que el mismo tiempo.
Había pasado días preparándose para este momento. Había leído y releído los versos de Amaranto, buscando en ellos algún indicio de lo que estaba por venir. Sabía que esa noche sería su única oportunidad. El destino que los había unido a través de los versos estaba a punto de ponerlos a prueba.
Con una respiración profunda, abrió su cuaderno y escribió:
«Amaranto, las estrellas están aquí. Estoy bajo el mismo cielo que tú, esperando que la grieta se abra. Si esto es un sueño, que dure por siempre. Si es el final, al menos habré sentido lo que es amarte profundamente en el tiempo, aunque solo sea en palabras y versos escritos.»
El pergamino comenzó a responder lentamente. Amaranto también sentía el peso del momento que estaban viviendo.
«Sophia, estoy aquí, en la oscuridad de mi tiempo, mirando las mismas estrellas. Cada palabra que te escribo es un puente, un intento de llegar a ti, te siento muy cercana, pero el tiempo es frágil, como nuestros corazones. Estoy listo para cruzar, espero poder encontrarte al otro lado, espero poder verte y abrazarte.»
Sofia sintió cómo su corazón se aceleraba al leer esas palabras. Sabía que lo que estaban a punto de hacer no solo era imposible, sino que podía ser peligroso. Estaban «jugando» con los designios del tiempo, y ahora se estaban preparando para romper sus reglas.
Cerró los ojos y respiró profundamente, sintiendo una brisa fresca en su cara. Algo cambió en el ambiente. Una sensación vibrante, casi eléctrica, la envolvió. Abrió los ojos y notó que las estrellas sobre ella comenzaban a moverse, lentamente, como si el cielo mismo estuviera ajustándose a un ritmo distinto. Era la alineación, el momento del que había leído, el instante en que las distintas épocas se rozarían y permitirían que dos almas separadas por milenios se acercaran.
Su corazón latía con mucha fuerza; Sofia abrió el pergamino una última vez y escribió:
«Si estás listo, amor mío, cruza. Estoy aquí, bajo las estrellas, esperando. No hay tiempo que perder, este momento puede desvanecerse como hace la niebla al levantar el día. Si logramos cruzar, aunque solo sea por un instante, habremos desafiado al destino.»
Los minutos que siguieron parecieron eternos. El aire se volvió más denso, como si el mismo tiempo se estuviese ralentizando. Sofia sentía que todo su ser estaba conectado con algo más grande, una energía antigua y poderosa que no podía entender al completo. Y entonces, lo sintió.
El pergamino comenzó a temblar en sus manos. Las palabras de Amaranto aparecieron, pero esta vez no eran versos. Eran solo dos palabras:
—Estoy aquí.
Ella levantó la mirada, sintiendo una presencia a su alrededor. No era el viento, ni el cielo nocturno. Alguien estaba allí con ella. Dio un paso hacia adelante, y el aire a su alrededor cambió de manera tangible. En medio de la oscuridad, una figura comenzó a materializarse, apenas visible, formada por las sombras mismas.
—¡Amaranto! —susurró, casi sin aliento.
Frente a ella, la figura de un hombre alto y vestido con túnicas simples, se hizo más clara. Su rostro era joven, pero sus ojos emanaban sabiduría, llenos de emoción y de tristeza a la vez. Tristeza de alguien que había vivido mucho más allá de su tiempo. Sofia no pudo contener las lágrimas al ver a aquel hombre de quien se había enamorado a través de sus palabras, ahora de pie frente a ella.
Los ojos de Amaranto se encontraron con los suyos, y en ese instante, todo el tiempo se detuvo, y toda distancia se desvaneció.
—Sophia —dijo él en voz baja, con voz suave—, no puedo creer que estés aquí.
Sofia se acercó a él, temerosa de que cualquier movimiento pudiera romper la ilusión; extendió su mano, tocando la piel de Amaranto, cálida y real. Fue un contacto suave, pero lleno de significado. Por un momento, no hubo palabras entre ellos. Solo el silencio del universo observando cómo dos almas que nunca debieron encontrarse, allí estaban, bajo el cielo estrellado.
—Pensé que nunca te vería —susurró Sofia, con la voz entrecortada por la emoción.
Amaranto la miró a los ojos con una mezcla de ternura y paz.
—Yo también lo temía —respondió. Su voz se notaba cargada de una melancolía que Sofia había sentido en sus versos desde el principio—, pero sabía que este momento llegaría. No sé cuánto tiempo nos quedará Sophia.
Ambos sabían o intuían que lo que estaban viviendo era un completo regalo, una especie de préstamo. Los planetas no permanecerían alineados mucho más tiempo. Se sentaron en el suelo, mirando el firmamento. Sofia apoyó su cabeza en el hombro de Amaranto y puso su mano derecha en su pecho. Sentía el latido de su corazón. En un último impulso, le dijo de viva voz:
«El tiempo se desvanece, Amaranto, pero mi amor por ti será eterno. Nos encontramos en el borde del tiempo, donde las estrellas nos permiten existir. Si este ha de ser nuestro final, que sea uno repleto de amor, y que el eco de nuestros corazones resuene en nosotros por siempre.»
Amaranto no pudo evitar sentir tal emoción y amor que sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Nuestros corazones estarán siempre conectados, Sophia. Los dioses han sido generosos y sabíamos que este momento sería fugaz.
Ahora estaban juntos; el pasado, el futuro, todo era irrelevante. Solamente tenían que disfrutar del momento, del presente, de esos breves instantes. Pasaron largos minutos abrazados. Sintiéndose. Amándose.
El viento comenzó a levantarse, como si el tiempo, siempre cruel, estuviera reclamando su lugar. El cuerpo de Amaranto comenzó a desvanecerse lentamente, volviéndose etéreo, difuso, como si se estuviera disolviendo en el aire.
—¡No! ¡No puedo perderte ahora! —dijo Sofia, aferrándose a su mano, pero incluso mientras lo hacía, sentía cómo la realidad se desmoronaba a su alrededor.
—Amada Sophia —dijo Amaranto, con voz cada vez más distante—, nuestro amor es eterno, aunque nuestras vidas no lo sean. Mi corazón estará contigo, por siempre.
Y con esas palabras, la figura de Amaranto desapareció en la oscuridad, dejando a Sofia sola, bajo las estrellas. Las lágrimas corrían por su rostro, se sentía devastada, pero sabía que habían logrado lo imposible. Por un breve instante habían desafiado al tiempo. Miró al cielo y sintió que, aunque Amaranto ya no estaba físicamente a su lado, su amor seguiría vivo en cada estrella, en cada poema que habían compartido. Aunque la conexión se hubiera roto, el eco de su amor permanecería en el tiempo, uniendo sus almas más allá de la historia y el espacio.
Capítulo 5: El Eco del Tiempo
Los años pasaron como olas suaves que erosionaban los recuerdos, pero Sofia nunca olvidó lo que había vivido aquella noche bajo las estrellas. Aunque la vida siguió adelante, y su trabajo como académica la llevó a nuevos proyectos, Amaranto siempre estuvo presente en su mente y en su corazón. Cada vez que miraba el cielo nocturno, sentía su presencia, y en los momentos más solitarios, leía los versos que habían compartido, como si fueran una promesa eterna.
Con el tiempo, Sofia envejeció. El cabello que una vez había sido oscuro ahora era blanco, y sus manos, aunque firmes, mostraban las marcas de los años. Había dedicado su vida a la literatura, y sus estudios sobre la poesía griega se convirtieron en una referencia para muchos. Sin embargo, el cuaderno en el que había escrito sus intercambios con Amaranto siempre permaneció guardado en su hogar, lejos de los ojos curiosos de los demás.
Solo cuando sintió que el tiempo se le acababa, decidió donar sus notas, incluyendo el cuaderno y el pergamino de Amaranto, a una pequeña exposición sobre literatura griega antigua. Lo hizo sin ninguna intención de revelar lo que realmente había ocurrido. Pensó que, al igual que sus propios sentimientos, esa historia debía quedar oculta entre las palabras. Pero algo en su interior también le decía que algún día alguien más encontraría las respuestas.
Décadas después de su muerte, un joven académico llamado Nicolás estaba explorando los archivos de esa pequeña exposición. Entre los textos y las notas fragmentadas, se encontró con el viejo cuaderno. La letra era clara pero envejecida, y lo que leyó lo dejó perplejo.
Era una serie de versos, un diálogo entre dos personas separadas por el tiempo. Uno, un poeta llamado Amaranto, cuyos versos estaban escritos en griego antiguo con una maestría impresionante. El otro, una mujer de la actualidad, Sofia, que había respondido en su propio estilo poético. La historia que se desplegaba en las páginas era fascinante. A medida que Nicolás avanzaba en la lectura, comenzó a intuir algo más profundo, algo que parecía imposible: una historia de amor que trascendía los siglos.
Lo que más le impresionó fue cómo, hacia el final de las notas, había un poema cuyos versos parecían más recientes. El poema no hablaba de despedida, sino de algo más. Nicolás, absorto con la historia que tenía ante él, leyó las líneas que parecían escritas por Amaranto:
«He esperado en las sombras del tiempo,
refugiado en las estrellas luminosas,
que guardan con recelo nuestro amor eterno.
Ahora, al fin, he cruzado el umbral,
donde el tiempo ya no nos separa.
Sostengo mi alma, en espera de volver a verte,
y que los anillos de Saturno vuelvan a unirnos.»
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Nicolás. Buscando entre todas las notas, encontró un último poema, fechado recientemente, con la respuesta de Sofia:
«En el ocaso de mi vida, he sabido esperarte. Las mismas estrellas que nos unieron y nos separaron, me han revelado el lugar de tu larga espera. Ya no hay abismos, ni eras que nos separen, dulce Amaranto. En breve, estaremos juntos, al fin, donde siempre debimos estar.»
Nicolás cerró el cuaderno y lo observó con asombro. ¿Era eso posible? ¿Podría una historia de amor haber trascendido en el tiempo, desafiando toda lógica y razón? Todo indicaba que Sofia y Amaranto se habían reencontrado, pero no en el plano físico. Sus palabras parecían hablar de un amor que había sobrevivido no solo al tiempo, sino también a la muerte misma. Era como si, al final de su vida, Sofia hubiera cruzado el mismo umbral que Amaranto, y ahora estuvieran juntos, fuera del alcance del tiempo y la historia.
Con el cuaderno aún en sus manos, Nicolás miró hacia la ventana, donde las primeras estrellas comenzaban a brillar en el cielo nocturno. Sintió una profunda conexión con la historia, como si en las páginas que acababa de leer hubiera algo más que simples palabras. Quizás, pensó, el amor verdadero puede trascender las barreras del tiempo.
Quizás, en algún lugar, bajo las mismas estrellas que los habían unido, Sofia y Amaranto estaban juntos, viajando entre galaxias y constelaciones.
Fin.
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Qué preciosidad de relato. Nos trasmite una gran delicadeza y sensibilidad. Enhorabuena.
Gran relato, me encantó la idea, el desarrollo de los personajes y los poemas de otro nivel, mil gracias por compartirlo!